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Discípulos de un solo Maestro

Hay algo que no podemos ignorar, y ese algo es el tremendo avance que las redes sociales en todo su contexto han tenido sobre nuestra sociedad, sobre nuestro mundo en general. Los que hablamos este maravilloso idioma, sólo conocemos las que se conducen en lo que entendemos, pero si a ellas les sumamos los millones que lo hacen en otras lenguas, hay que asumir y aceptar que el de las redes sociales, es el gran tema que hoy por hoy debería acaparar la atención de los creyentes, tanto para entenderlas, como para sacarlas de su standard secular y hasta satánico, y llevarlas al terreno en donde nosotros estamos residiendo, el terreno de la fe, del amor a Dios y de la búsqueda de los diseños divinos que nos permitan militar en Su Reino. Hay creyentes que detestan a todas esas redes y han resuelto abandonarlas por completo y no contaminarse con ellas. Hay otros que han resuelto adherirse a todas y desde ellas procurar llegar con un mensaje claro de amor, de salvación y de ingreso al camino de la fe. Respeto a ambos, no fui levantado ni llamado a ser juez de nada ni de nadie. Pero sigo pensando y creyendo que la vida en Cristo es un suave y delicado equilibrio entre el conocimiento y la unción. Si sobre enfatizamos lo primero, caemos víctimas del espíritu de Grecia. Si sobre enfatizamos lo segundo, corremos el riesgo de caer en un híper misticismo tan satánico como lo que creemos combatir. No te olvides que cuando él ya no te puede frenar con incredulidad, se da la vuelta, se pone a tu espalda y te empuja al delirio místico.

Se nos ha enseñado a todos, unos más, otros menos, -las diferencias están en los métodos-, que nuestra Gran Comisión es predicar el evangelio. Y aunque este término no está así en la Palabra, es verdadero y genuino. Lo que no siempre hemos acertado a saber con seguridad, es cuál es el evangelio que tenemos que predicar. Hoy, la onda casi de moda, es hablar del Reino y asegurar que ese es nuestro evangelio, cosa que efectivamente es así porque eso exactamente fue lo que predicó Jesús, pero que a mi entender es un conocimiento incompleto, ya que le falta un par de detalles que tienen su peso y valor. El evangelio de Mateo, en 28:18-20, nos da la pauta precisa cuando cuenta: Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.

Está sumamente claro. El mandato es preciso y concreto: que vayamos y hagamos discípulos en todas las naciones. No a salvar almas, no a ayudar a los pobres, no a formar grupos ideológicos para gobernar naciones, no a respaldar a políticos que dicen ser amigos o “hermanos”, no a nada que no sea hacer discípulos. Allí es donde nos encontramos con el primer dilema: ¿Qué cosa es un discípulo? Nuestro diccionario español, nos da dos acepciones. Una, que es una persona que recibe enseñanzas de un maestro o que sigue estudios en una escuela, la otra, que es una persona que sigue y defiende las ideas, doctrinas y métodos de un maestro. Según nuestras biblias, discípulo es un término que tiene su origen en un vocablo latino y que sirve para referirse a un individuo que sigue una determinada doctrina. O sea que, para que exista un discípulo, o seguidor, tendrá que existir un maestro, a los que la sociedad secular ha nominado como líder. Lo cierto es que la Palabra muestra al discípulo como un aprendiz, alguien que sigue las huellas de su referente.

¿Y quién es un discípulo verdadero? Aquel que le brinda Vida Eterna a quien la quiere, por el poder que hay en su palabra. Por eso, es y tiene que ser en estas palabras en donde deben permanecer estos discípulos. Un discípulo cree por el Evangelio y permanece por el Evangelio. Las palabras de Cristo son Espíritu y son Vida para Él. Eso es un discípulo del Señor, no nuestro. ¿Y cómo lograr uno? ¿Cómo hacer de un incrédulo o un religioso, un verdadero discípulo del Señor? Enséñale. Aunque no te entienda, aunque no te crea, aunque lo compare con las mieles del mundo secular y hasta se enoje contigo, enséñale. Luego corrígelo. Cuando veas que sus decisiones son egocéntricas, emocionales o sencillamente mundanas, corrígelo. También aquí quizás se enoje, pero hazlo de todos modos. Modela su vida, su carácter, su todo. Recuerda que Jesús no solamente capacitó a sus discípulos para enseñarles a las personas, sino para cambiarles la vida. Y finalmente, ámalo. El poder del amor de Dios en la vida de una persona, le da sustento y autoridad para encarar lo que sea. Y ese será el discípulo que honre y fundamentalmente glorifique a su Maestro divino, Jesucristo.

Tengo la certeza total que por aquí pasa el futuro inmediato del Cuerpo de Cristo en la tierra. Y no digo Iglesia, porque no sé qué es lo que en lo futuro veremos cómo iglesia, digo Cuerpo de Cristo. Creo que deberías comenzar ya mismo a orar firme y fuerte para que sea el Señor el que vaya trayendo a tu vida a creyentes tan genuinos como tú, dispuestos a ser fieles discípulos del Señor y a extender ese mandato hasta el último de sus días. Luchar por otra cosa o defender otras causas, así se trate de cosas nobles y sanas, es apartarse de nuestra verdadera Gran Comisión. Y tú sabes muy bien que todo lo que no se invierte en lo que Dios está diciendo y haciendo en este tiempo, es esfuerzo perdido. Y particularmente, entiendo que no queda tanto tiempo por delante como para darnos el lujo de dilatarlo innecesariamente en egocentrismos estériles. ¿Cómo hacerlo? Creo que Pedro nos da una pauta clara cuando en el Primer Capítulo de su Segunda Carta, nos dice en los versos que van del 5 al 7: vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.

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diciembre 19, 2020 Néstor Martínez