Suelo repetir todavía un viejo dicho popular, que, aunque ha sido extraído de la Biblia, de alguna manera marca una constante en la vida del creyente y con el que seguramente algunos que ahora me están leyendo se identificarán. Es la reacción mitad humorística mitad reflexiva que cada uno de nosotros siente y tiene cuando ve el que a veces es desmesurado éxito y abundancia que les llega a individuos que a todas luces son enviados del infierno. Hambrientos de justicia como estamos, nos parecería más lógico y correcto poder ser testigos de la caída y la ruina de esa gente, no de sus éxitos y sus celebraciones.
El dicho es: “¡Casi resbalaron mis pies!” Con eso estamos dando a entender que a veces extenuados por cien batallas arduas de las que nadie se percata, o de horas y horas de estudio para que nadie parezca sentirse ni tocado ni bendecido, de pronto nos toca ver que alguien que conocemos y sabemos que está al filo de la delincuencia y la corrupción, salga a la calle a hacer ostentación de sus logros, de sus éxitos y de su fama y su prestigio. Decir que casi resbalaron nuestros pies, es reconocer que por un momento esa imagen se nos presentó como del lado conveniente y nosotros del opuesto. Obvio que enseguida volvemos a nuestro redil, pero la pregunta queda flotando en el aire: ¿Por qué parecería irles tan bien a los malos?
¿Por qué, aparentemente, muchos políticos corruptos o narcotraficantes notorios, o lavadores de dinero, prosperan grandemente ante nuestros ojos, y en nítida apariencia parecerían poder disfrutar de la vida muchísimo más que nosotros los creyentes? Yo creo que este es un interrogante tiene su respuesta en la Biblia. Una de las cristianas más famosas de Francia, que seguramente recordarás, llamada Madame Guyón, escribió estas palabras:
“Al comenzar nuestra vida espiritual, lo más fácil es soportar a nuestros vecinos. Después, lo más difícil, es soportar a nuestra familia. Después a nosotros mismos y, finalmente, poder comprender a Dios.” Son muchos los santos hombres de la Biblia que han tenido luchas, tratando de comprender qué está haciendo Dios en sus propias vidas y en el mundo que tienen alrededor. Job mismo, se preguntaba por qué había nacido. Jeremías lloraba ante la devastación de la ciudad de Jerusalén por parte de los ejércitos babilonios. Habacuc se preguntaba por qué Dios permite tanta maldad, y por qué permite tantos asaltos o por qué permite tantas guerras.
David luchó contra el problema del mal, pero se preguntó lo mismo que a diario nos podemos preguntar nosotros a la vista de nuestro mundo aledaño, o incluso llegar a preguntárselo al Señor en nuestra oración ¿Por qué hay maldad en el mundo? No lo entendemos, no podemos ver a tanta profundidad, mucho más cuando está la otra alternativa que nos despierta la curiosidad: ¿Por qué muchas veces les suceden cosas buenas a las personas malas, y al mismo tiempo algunas cosas malas a las personas buenas? Y finalmente la conclusión obvia de varios: ¿Vale la pena, realmente, ser cristiano y ser bueno?
Mira; es mucha gente la que ha tratado de resolver el problema del mal, pero ha equivocado el camino, ya que lo ha hecho negándolo de una forma absurda. Entonces salen a la opinión pública o a través de los medios de comunicación y dicen con total soltura que el mal no existe. Sin embargo, esta filosofía es solamente una sustitución de la ilusión de lo que es la realidad. Otros, se van a lo opuesto, y dicen algo más fuerte, todavía con relación a esto: “No, mira, ni siquiera Dios existe. Si existiera ese Dios del que hablan los cristianos, no habría tanto mal en el mundo… “
Sin embargo, para que una persona concluya pensando y asegurando en voz alta que Dios no existe, indudablemente le hace surgir un nuevo problema en su corazón: porque, si no existe Dios como dice con tanta seguridad, ¿De dónde viene entonces el bien a nuestro alrededor? Si no hay un bien y hay un mal, si no hay una antítesis entre el bien y el mal; si no hay dos fuerzas opuestas, déjame decirte entonces que todo, absolutamente todo, es una ilusión. ¿De verdad tú crees que todo lo que vives es apenas una ilusión y que nada es real ni verdadero? ¿De verdad estás creyendo eso? Cuidado; te lo pregunto porque he conocido a gente que cree fiel y sinceramente eso.
Uno de los consejos que un hombre de Dios ha dejado acerca de los cristianos que por causa de la maldad comienzan a enfriarse; y por causa de estos interrogantes comienzan a alejarse de Dios, es la siguiente: “Toda persona que abandona el cristianismo, está rindiendo su vida de fe afectada a una vida de dudas, afectada por la fe. Una persona que dice que ya no quiere ser cristiano, que quiere abandonar todo y ya no quiere luchar, lo que tiene simplemente y nada menos, son dudas. Porque el ateo no tiene dudas. Para el ateo Dios no existe, y no tiene dudas de su pensamiento. Entonces, él no tiene por qué preocuparse por saber de dónde viene la maldad. Porque él que sí cree, sabe que existe un Dios. Pero para la persona que entiende que no existe un Dios, esta clase de interrogantes, no existen. Porque si no existe Dios, él no tiene a quien preguntarle. Pero para nosotros que somos cristianos, está la posibilidad cierta de buscar respuestas”.
Y nosotros, de improviso, un día cualquiera, nos encontramos que tenemos esta clase de problemas intelectuales, filosóficos y teológicos. Y esta es la razón por la cual se nos ha dado la Biblia, para que nosotros encontremos en ella, la respuesta a los grandes interrogantes y los grandes misterios que Dios, aparentemente, no nos ha respondido.
Existe un salmista que tuvo una victoria por grados, que muy bien se puede observar a partir de una lectura serena y desprovista de toda urgencia, que es como un creyente debe leer la Palabra. Pero antes de abordar mayores profundidades en este punto que es tan importante en la vida de los seres humanos, me gustaría que te enfoques en el siguiente pensamiento:
Si yo tengo una alarga vista, un par de esos binoculares de largo alcance y me los coloco al revés, voy a ver las cosas más lejos, ¿No es cierto? Pero si me los coloco en su forma correcta, entonces las mismas cosas van a tener claridad y perspectiva, más la cercanía que determina la calidad del elemento que estoy utilizando. Bien; exactamente así es la vida espiritual. Todo depende de cuáles son los lentes con los cuales la estás viendo. Si tú tienes una perspectiva equivocada y ves a la gente como pasándola de maravillas en sus dudosas diversiones y hasta envidiándolos por sus supuestos éxitos, déjame decirte que te has colocado los binoculares al revés y estás viendo lo incorrecto.
Y si persistes en hacerlo, definitivamente vas a contagiarte. Pero si tú le permites a Dios colocarte correctamente los binoculares de la fe, y ver el mundo desde la perspectiva divina, real y adecuada, toda tu filosofía respecto a cómo vives, va a ser transformada radicalmente. Existe un salmo en nuestras Biblias que de alguna manera resume este tema con una profundidad que va más allá de las buenas ideas de la sabiduría humana, y nos sienta fundamentos que nos permiten encarar esa problemática exactamente desde la óptica de donde Dios mismo la va a considerar, es el salmo 73.
Ese trabajo se le adjudica a la autoría de Asaf, aunque siempre queda la duda respecto a estas escrituras tan singulares. Aquí le dio cuatro enfoques muy precisos. En primer lugar, miró hacia atrás, en su vida, hacia el pasado. En segundo lugar, miró a su alrededor y prestó suma atención a la gente. En tercer lugar, se miró a sí mismo, cosa que todos sabemos no es fácil en absoluto y finalmente miró hacia Dios. De hecho, su escrito determina que cuando miró hacia Dios fue cuando recién le cambió la perspectiva de las cosas. Anteriormente lo estaba viendo de otro modo.
Él asegura que Dios es bueno y eso ya se contrapone a lo que durante mucho tiempo fue teología preferida en los grandes grupos cristianos, que se inclinaban más a ver a un Dios lleno de severidad y casi sin misericordia para con los que se equivocaban o pecaban groseramente. Él modifica ese pensamiento, pero con una salvedad. Dice que Dios es bueno, sin dudas, pero para con los que son limpios de corazón.
Allí es donde surge la primera duda: ¿Qué cosa es tener un corazón limpio delante de Dios? Respuestas podrás encontrar muchas, porque cada uno tiene su propia interpretación de esto, pero yo me quedo con algo que leí, que dice: Tener un corazón limpio es tener conexión directa con Dios. Es ser y sentir a Dios dentro de uno mismo y expresarlo en palabras, gestos y actos que engrandecen al que los realiza tanto como a aquellos que son sus receptores. Dios habla a través de un corazón puro de Amor.
Queda claro entonces que, con esa clase de gente, Dios es bueno. Pero fíjate que esa misma expresión, deja implícita la otra parte de la historia. Con la gente que no tiene ni le interesa tener conexión directa con Dios y tampoco sentirlo moverse en el interior de sus vidas, ¿Dios no sería tan bueno? A mí me cuesta pensar en un Dios malo, porque cuando la palabra Amor gobierna una existencia, la maldad no puede vivir.
Sin embargo, tampoco puedo, de ninguna manera, aunque me esfuerce de sobremanera, imaginarme a un Dios medio tonto y permisivo, al cual le puedes pasar cualquier calidad de pecado por las narices y que en ese infinito amor mal entendido no hará nada por reprenderte. Así que me quedare con lo que, entiendo, es la postura correcta: Dios es Justo. Y en su Justicia tú encuentras tu recompensa o tu deuda.
En este caso específico, Asaf asegura que Dios es bueno porque él pudo darse cuenta de esta calidad de bondad de Dios sobre un pueblo que fue muy rebelde y contradictorio. Lo que ocurre es que este salmo aproximadamente fue escrito en el año mil, antes de Cristo, y Dios había bendecido a Israel, cosa que le quedaba a la vista al autor. Como los salvó y los preservó milagrosamente. A ninguna otra nación la sacó Dios de Egipto como lo había sacado a Israel. Y es entonces cuando esta persona comienza a afirmar que Dios existe y que Dios es bueno.
Claro, esta persona no era un ateo, no era un agnóstico. Y realmente fue su fe en Dios la que le creó su problema filosófico. Porque, -reitero-, las personas que eliminan a Dios del mundo, no tienen por qué preocuparse del problema de la maldad. Esas personas simplemente ven la vida como algo temporal, y para ellos todo es el producto de la evolución del hombre, de una selección natural, y que todo tiende hacia la perfección. Para estas personas ateas todo es materia, las cosas espirituales no entran en sus retratos y dan un nombre a sus filosofías: materialismo.
Este escritor creía en Dios. Sabía que Dios existía, como lo sabes tú y como lo sé yo, y creía que Dios era bueno. Después de todo si existe un Dios, tiene que ser bueno, porque la bondad es el resultado de la perfección. Entonces, si hay un Dios Todopoderoso y este Dios es perfecto, este Dios tiene que ser bueno. Pero de acuerdo con lo que yo veo acá abajo, en el mundo secular, me lleva a interrogar a ese Dios que dice la Biblia que es bueno, pero que según lo que yo veo con mis ojos, y no con la fe, hacen que me confunda y me salga, muchas veces, del camino.
Asaf era un hombre israelita, era un hombre respetuoso de la ley, y, sin embargo, cuando escribió el Salmo 73, él no estaba disfrutando las bendiciones de Dios. Sus vecinos parece que vivían mejor que él, material y físicamente. ¿Qué debía hacer Asaf? ¿Debía cambiar su teología? ¿O tal vez había algo malo en su vida que él estaba travesando y él no lo sabía, por lo cual no disfrutaba las bendiciones de Dios? ¿Cómo podía escapar a este dilema?
Con esto es con lo que tiene que ver su segundo enfoque. Porque él empezó a fijarse a su alrededor, en la ciudad donde vivía. Y allí fue donde dice lo que se lee en el verso 2 que te va a sonar muy conocido. En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. ¡Aquí lo tienes al dicho popular que te mencioné cuando comencé este capítulo! De aquí salió esa expresión que muchos repiten y muy pocos saben dónde y por quien fue escrita.
Asaf reconoce sin pudores hipócritas que sintió real envidia por los arrogantes e impíos que prosperaban más que los hijos del Dios viviente. Esto indudablemente le debe haber producido un profundo e intenso problema de orden teológico. Pensó con practicidad que algo de lo que le habían enseñado no estaba funcionando como le habían dicho, o sencillamente que le habían mentido, algo que era tan frecuente y usual en esa época de competencias de credos y religiones variadas.
Sin embargo, y por fuera de lo que estamos enseñando, lo que más acapara nuestra atención, es que no eran las riquezas o la opulencia de esa gente la que a él le despertaba su envidia, sino la arrogancia y la soberbia con la que la gente de su alrededor se conducía. Es casi un adelanto de lo que habría de venir. Es una pequeña o no tan pequeña muestra de lo que vemos a toda hora y en cualquier lugar del mundo. ¿Cuántos saben que, para un par de ojos ignorantes, soberbia y arrogancia son sinónimos de poder e indestructibilidad?
Cuando comienzas a pensar así, ni la posibilidad de tu propia muerte te detiene. Es más; no te interesa, es como si te sintieras muerto viviendo. Estás con todas las fuerzas, pero no las utilizas en lo bueno, te inclinas a ver como más interesante lo malo. Envidiar a un arrogante o a un soberbio, es envidiar a un violento en formación. Mientras más soberbio y arrogante te vuelves, más dudas si lo que haces o tienes te sostendrá. Entonces llega el miedo a perderlo todo y, la mezcla de inseguridades más miedo, trae agresividad y violencia.
El mundo, te lo puedo asegurar por propia experiencia personal, está repleto de eso. Y algún sector del pueblo cristiano, también. Además, esas personas que te hacen pensar en que tus pies no resbalen, son burlones, se mofan de todo y hay maldad en sus vidas. Se levantan con altanería y piensan que Dios debería pedirles permiso a ellos para hacer las cosas. ¿Nunca viste a alguien así? No los envidies, compadécelos, están más que perdidos, aunque ellos crean que son ganadores.
Reitero para que se te grabe y no se te olvide. Los malos son soberbios, altaneros, burlones, y además ricos; alardean por todos lados, machucan al que quieren, atropellan al que quieren, compran con dinero a los jueces, compran los tribunales, ellos creen que realmente son los reyes. Su posición, su dinero y el poder al que acceden, los hacen ser arbitrarios en toda su manera de proceder. Son prepotentes, autoritarios, atropellan los derechos de los demás y, además, en muchas ocasiones hasta les va bien en el pecado. O sea: logran lo que están buscando y logran salir con éxito en el pecado.
Job tuvo un problema similar cuando cuenta que los malos que querían destruirlo, con referencia al Dios en el que creía, le dijeron algo así como: apártate de nosotros. No queremos el conocimiento de tus caminos. ¿Quién es el Todopoderoso para que le sirvamos? ¿Y de qué nos aprovechará que oremos a él? Aquí encontramos bien viva y activa esta soberbia de la gente que está a nuestro alrededor, es notoria `por la forma como se conducen. La altanería que despliegan, cómo se visten, cómo dominan a los demás, cómo se enfrentan, y lo más intrigante de todo esto, es que aparentemente tienen éxito. Los ves en la televisión y los ves en el cine, y toda esa exposición de sus famas, que suelen hacer que algunos cristianos sean perturbados interiormente.
Allí es cuando los cristianos, un tanto conmovidos, más por lo que sienten ellos en su interior que por lo visible en los otros, aseguran que el Dios en el que creen tendrá cuidado de su pueblo y que no les hará faltar ni el agua de la abundancia y el alimento genuino. Que no se extrañen si ellos apuestan más fuerte en su rebeldía soberbia y dicen cosas como dudando del conocimiento de las cosas por parte de Dios y de su categoría de Altísimo. Eso frena a veces el entusiasmo de los hijos de Dios, porque se quedan pensando en cómo puede ser justo que aun sabiendo que son impíos, Él les permita alcanzar esas casi ofensivas riquezas.
De algo no tengo dudas: el mundo secular, ya sea en los negocios, en lo empresario, en lo artístico o en lo deportivo, por citar cuatro ejemplos bien visibles, adora el éxito. Vemos a toda la gente no creyente que nos rodea desvivirse y hasta hacer cualquier sacrificio para acceder a treinta segundos de fama. Por eso tienen tanta respuesta los programas televisivos de entretenimientos o de juegos, con participación del público. Con tal de aparecer en cámaras fugazmente, ya se consideran conocidos y famosos. El mundo adora la fama. El mundo adora la popularidad. Y algunos pseudo cristianos, también.
Y mira los artistas, los grupos de rock, en los cantantes, en los más jovencitos, cuando se juntan en los estadios para adorar como a un dios a esa gente, pensando y hasta diciendo que darían lo que no tienen por ser como ellos. Quisieran salir en la televisión como salen ellos todos los días y a toda hora. Quisieran moverse en esas limosinas blindadas cargadas de jóvenes ligeras de ropas y de sentimientos.
No saben o no recuerdan que esas son las cosas que, según la Biblia, están bajo el control del príncipe de las tinieblas. No les interesa demasiado eso. La gran masa de gente a nuestro alrededor, adora el dinero. Y a la gente que gana mucho dinero la levantan y la exaltan, y muchos dicen que quisieran ser como ellos. Y el mundo va siempre tras los éxitos, los logros, el prestigio académico y todo lo que les rodea.
Cuando veo estas cosas o simplemente me toca hablar de esto, no puedo menos que recordar como si fuera un letrero resplandeciente, con letras que encienden y apagan, lo que Jesús dijo casi como al pasar: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo, si pierde su alma? Oye: no está mal que alguien tenga una enorme empresa y gane mucho dinero, ese no es el problema. El problema está cuando hacemos de todo eso nuestra única meta y nuestro único objetivo.
He conocido gente que ha amasado una fortuna y que se pasa la mañana, la tarde y la noche imbuido en su empresa, en su negocio. Y se me ha ocurrido una sola pregunta: ¿Cuándo vive la vida que le regalaron? Y la otra que es consecuencia de esta: ¿Qué está haciendo con esa vida? ¿Solo ganando un dinero que, cuando lo lleven a donde no se vuelve, quedará para herederos que no siempre le darán un buen destino ni lo destinarán para mejorar como él lo hacía? ¡Ay, hombre…!
De pronto y a partir de un día cualquiera, tú te encuentras que luchas y luchas porque quieres ser famoso, que luchas y luchas porque quieres tener más dinero. Que luchas y luchas porque quieres tener prestigio, o poder. Porque tú te has creído el cuento ese de que con todo eso vas a poder sostener para siempre a tu familia y que nada los hará declinar ni pasar necesidades. Ese es un gravísimo error. Porque Dios quiere que nos ubiquemos, y que, si tenemos alguna meta en la vida, sólo tiene que ser para su gloria.
Si quieres ser artista, pues sé artista. ¡No es un pecado ser artista! ¡No es un pecado ser cantante! ¡No es un pecado ser deportista! El problema radica en los motivos que te llevan a querer avanzar en ese mundo controlado por el enemigo, con el propósito prioritario de tu propia gloria. De tener tu dinero, tu poder, tú influencia sobre los demás. Una vez acuñé un pensamiento que casi pasó a ser célebre. Decía: Vivimos nuestras vidas tratando de ser algo más que uno más, para llegar al instante final y darnos cuenta que solamente fuimos uno más, de los que se pasó toda su vida tratando de ser algo más que uno más…
He tenido alguna vez un trabajo que me otorgaba, sin buscarla, por propio funcionamiento de nuestro sistema, alguna influencia en lugares de cierta importancia. Sabe muy rico, ¿Eh? Se te pueden volar todas las buenas intenciones de un soplo ante cosas así. Sin embargo, reaccionas y te encuentras a ti mismo cuando esas personas con las cuales tienes alianza suelen decir: ¿Dónde está Dios? ¡Mira todo lo que tengo! ¡Y eso que no soy cristiano! ¡Y eso que ni siquiera Dios me ha ayudado a hacer el dinero!
Así es como estas personas razonan. Y todo eso se complementa con lo que a diario oímos y vemos por las distintas redes y la televisión; las burlas contra Dios, las burlas contra el cristianismo. La libre oferta de religiones orientales o africanas que difunden lo suyo sin costo, mientras que a cualquier congregación pasar un aviso de sus reuniones le cuesta fortunas. Háblame de lo que se te ocurra y te prestaré respetuoso oído. Pero no me hables de Jesús porque reaccionaré con ferocidad. ¿No es raro eso?
Entonces, ese suele ser el momento preciso en donde salta la pregunta inexorable: ¿Vale la pena ser cristiano? Están las respuestas, porque este hombre, el autor del salmo, después de mirar atrás y ver a su alrededor, comienza a verse a sí mismo. Y miren ustedes como llega a definir lo que es ser un cristiano honesto. Fíjense a la conclusión que llegó él. Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia; pues he sido azotado todo el día, y castigado todas las mañanas. Si dijera yo: hablaré como ellos, he aquí, a la generación de tus hijos engañaría.
La conclusión inmediata a la que llega Asaf ante su perturbación y confusión de lo que está pasando en el mundo, es que fue una equivocación haberse hecho cristiano. El cree que fue una equivocación haber confiado en Dios y haber tratado de mantener su vida limpia. Él pensaba que su limpieza, que su consagración, que su santidad, no le había traído todas las bendiciones que él había oído de otros y que Dios había prometido. Si he sido santo, si he sido justo, si no he robado, Señor: ¿Dónde están tus bendiciones?
Todos alguna vez y en medio de una de esas crisis que parecen no tener final, nos hemos hecho el mismo cuestionamiento. Y eso, si es que también queremos ser honestos. Muchas veces hemos llegado a pensar lo mismo que Asaf. Pero para eso se nos dejó la Biblia, para que descubriéramos que no somos los únicos que tenemos dudas. No somos los únicos que atravesamos valles de confusión.
No somos los únicos que nos enfrentamos ante interrogantes que trascienden nuestra comprensión. Hay problemas que son mucho más grandes que nuestra capacidad de resolverlos con nuestras mentes limitadas. Necesitamos la revelación de Dios. Necesitamos esa onda sobrenatural que sólo proporciona el Espíritu Santo en nuestra mente, para que a través de esto podamos nosotros abrir verdaderamente los ojos al mundo y verlo como Dios lo está viendo.
Una iglesia que ve al mundo con sus ojos naturales, no es Cuerpo de Representantes de Dios en la tierra, es un grupo de personas bien intencionadas, pero insuficientes. Asaf el autor del salmo traía esos sentimientos, que se parecen mucho a los que tú o yo podamos haber tenido alguna vez, y a los que el mismísimo Jeremías experimentó cuando se vio compelido a decir: ¿Por qué es prosperado el camino del malo, y tienen bien todos los que se portan deslealmente?
Job también en su momento le preguntó a Dios por qué vivían los impíos como se les ocurría, y envejecían y se morían gordos, llenos de mujeres y de riquezas. ¿Por qué lo permites, Señor? En este momento, ¿Qué haría Asaf? ¿Abandonaría su fe y correría detrás de todo ese mundo que adora el éxito, la fama, el dinero y la popularidad? ¿Eso es lo que tú quieres hacer?
Si alguien que está leyendo esto hoy tiene ese problema, ¿Qué va a hacer? Cuando los discípulos se acercaron a Cristo, y Cristo vio que la mayoría de la gente lo dejó, se volvió a los discípulos y les preguntó: ¿Ustedes también me van a dejar? Y le contestaron, y le dijeron: ¿Y a quién otro iremos si sólo tú nos has dado palabras de vida eterna? Cuando tengas luchas filosóficas, teológicas o existenciales en tu vida privada, recuerda estas palabras: Si no es Cristo, ¿Quién es?
¿Qué voy a hacer si me salgo del cristianismo? ¿Dónde me cambio, al humanismo? ¿Al control mental? ¿Al orientalismo? ¿Al islam? ¿Al judaísmo? ¿Al ateísmo? ¿A la desesperación? ¿Qué hago, Dios? Que yo no te entienda no justifica que yo te abandone. Y si estuvieras pensando en abandonar todo, sólo piensa un momento: ¿A dónde vas a ir? Vete a mirar televisión todo el día. Vete a hacer dinero de la forma que te parezca. Y aquí es donde Asaf abre los ojos y se da cuenta que él no podía tratar de mantener su fe simulando.
Asaf quería ser honesto y no iba a deteriorar su vida mental, su vida física y su vida espiritual, pretendiendo, a costa de que la gente lo viera muy espiritual, que él iba a terminar bien y que no tenía dudas. Hay que dar gracias a Dios que Asaf tomó el paso correcto. Después de haber mirado hacia el pasado; después de haber mirado a su alrededor; y después de haberse visto a sí mismo, que realmente estaba teniendo dudas de Dios, él corrió y se dirigió a dónde tú y yo vamos a encontrar la respuesta. No fue al psicólogo ni al psiquiatra; él corrió y se dirigió al encuentro con Dios. Fue a Su Santuario.
Claro está que cuando decimos Santuario, a mucha gente se le representa edificio, templo, enormidad de mampostería. Sin embargo, Asaf nunca habló de lugar geográfico o puntual; él siempre se estuvo refiriendo a entrar en la presencia del Altísimo. Ese es el Santuario inequívoco. Y allí puede ver que aquellos que está envidiando serán puestos en deslizaderos, en asolamientos.
Que habrán de perecer consumidos de terrores. Que toda esa envidia es un sueño falso del cual, al despertar, se podrá ver y hasta menospreciar sus presencias. Todo esto se le sumó a este hombre con un profundo dolor en su corazón, un dolor que no es físico, sino producido por causa de su propia torpeza, que lo llevó a conducirse como una bestia sin inteligencia.
A pesar de toda su confusión intelectual; a pesar de su corazón dolorido, Asaf corrió a su cuarto y se puso de rodillas, y echó sobre Jehová su carga, y el Señor le sustentó. Se hizo realidad una palabra en la cual no siempre sabemos descansar: Echando toda nuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de nosotros. Cuando cualquiera de ustedes atraviese o tenga problemas mentales, no salga corriendo a tomarse una cerveza. Arrodíllese y pregúntele: ¿Qué estás haciendo conmigo, Señor? No vayas corriendo a quejarte de que quieren echarte de tu trabajo.
Consejo sano y sabio: quita tus ojos de tu jefe laboral; quita tus ojos de cada uno de aquellos que parecerían haber sido puestos en tu vida para arruinártela. En suma: quita tus ojos de este mundo, y eleva tu alma al Creador, y en oración pregúntale por qué está pasando lo que está pasando. O, mejor dicho, si quieres ser más fino y preciso, pregúntale para qué está pasando todo eso que está pasando.
Ha dicho Pablo con bastante buen criterio que no debemos estar afanosos por nada, no permitir que nada de lo que sucede en el mundo nos robe la paz en nuestro corazón. Que nada de lo que pase en tu vida altere tu comunión con Dios. Que ores y descanses en Él. De esa manera solamente podrás ver esa paz que, tal como está escrito, sobrepuja todo entendimiento y guarda tus pensamientos y tu corazón en Cristo Jesús.
No podemos dejar que ningún acontecimiento, ningún evento, nada de lo que veamos con nuestros ojos naturales nos desacomode, nos haga tambalear en nuestras convicciones o sencillamente nos quite la paz, porque ya ha sido escrito y sigue siendo vigente; porque no caminamos por vista, caminamos por fe. Si nos dejamos guiar por lo que vemos, nos hundimos, nos amargamos.
Si nos dejamos guiar por todas las cosas que vemos en las distintas redes sociales, oímos en la radio, vemos en la televisión, o leemos en el periódico, perderemos la brújula. Pero si a diario venimos al gran santuario de Dios y nos cobijamos en Su Presencia, y le permitimos que consuele nuestra alma y nos ilumine sobrenaturalmente, podremos levantarnos y ver y entender lo mismo que vio y entendió Asaf.
Lo cierto es que nuestras decisiones nos llevarán al éxito, a la bendición, al fracaso o a la maldición. Una gran mayoría de jóvenes, hoy, reciben por lo menos entre diez y quince “te hago” en un año. Te hago artista famoso, te hago deportista famoso, te hago empresario exitoso, te hago, te hago. Los verdaderos creyentes saben perfectamente que no pueden ni deben arrojar al cesto de los desperdicios las bendiciones que Dios haya dejado en sus vidas, para tomar alegremente esas ofertas que, con claridad, saben muy bien en qué y dónde terminan.
En este mundo actual donde la sospecha de corrupción no respeta nombres ni prestigios, caer es mucho más fácil que sostenerse como viendo al invisible. Sin embargo, la victoria real no está en caer en vicios que reportan dinero fácil, sino en sostenerse, aunque en casos, eso represente pasar urgencias, carencias y necesidades. Hay algo que debemos tener presente: al largo plazo, Dios te bendice. Dios siempre trabaja a largo plazo, mientras que el diablo trabaja a corto plazo. Vemos, entonces, que la visita al santuario por parte de Asaf, cambió su vida, porque vio en primer lugar, el destino de los malos.
Estar en la presencia de Dios le dio, a Asaf, una perspectiva diferente respecto a cómo va a terminar el que anda por caminos de pecadores. Si pudieras tener una visión que te muestre el final de la vida de todas esas personas, entonces creo con certeza que dirías: ¡Sí que valió la pena seguir a Cristo! Porque la real importancia de la vida no es dónde estamos hoy, sino donde vamos a terminar. Porque la Biblia te asegura que tus pecados te alcanzarán. Dios no puede ser burlado. Asaf, en todo caso, lo que pudo ver fue el juicio.
Por eso es que el verso 20, dice que Como sueño del que despierta, así Señor, cuando despertares, menospreciarás su apariencia. Y por eso también es que Dios ha permitido que podamos ver a tanta gente que prospera notablemente en esta tierra, pero camina en dirección al fuego y no lo sabe. El juicio es real y se acerca. Tardará un día, un mes, un año, cinco, diez, pero llegará.
Observa las redes, mira los videos y la televisión, lee los periódicos y verás que lo que te digo, es mucho más real que lo que te imaginas. Banqueros, empresarios, políticos, gente famosa, que en algún momento son alcanzadas por sus pecados. Es muy cierto que este es el tiempo de la Gracia y ya no vivimos por la Ley, pero hay una ley que no dejó nunca de estar vigente.
Vale la pena pasar por todo aquello que Dios permita que tú pases. Las bendiciones que recibirás no son comparables a las aflicciones del tiempo presente. Son permitidas para forjarte y hacerte ver que eres un guerrero y, como tal, debes entrenarte en todo y para todo. Ningún combatiente de élite va a la pelea sin entrenamiento previo. Porque soldado sin entrenamiento es soldado debilitado.
Y dicen los que saben de esto mucho más que nosotros, que es mucho más fuerte y exigente el entrenamiento que lo que puede ser el combate en sí. Seguro alguno de ustedes puede hablar de esto con mayor autoridad que yo. Algo es muy cierto: este mundo no es para los débiles, ni para los apocados. Este mundo no es para los tibios, este mundo es para aquellos que quieren luchar con Cristo en su corazón. Porque separados de él, nada podemos hacer.
Desde el punto de vista de Dios, todo el glamour, la belleza, la fama, el dinero, el poder, la posición, el disfrute de los placeres, es temporal, ficticio, irreal. Viven en una burbuja esta gente, en una rueda de la fortuna. Creen que todo es pura parranda. Sólo olvidan un detalle esencial: la paga del pecado, sigue siendo muerte. Lo que el hombre siembra, el hombre cosecha. Dios nos ilumina y nos muestra desde el cielo que su Hijo fue llamado Varón de dolores, experimentado en quebranto. El diablo intentó con el Hijo de Dios lo mismo que intenta con nosotros: mira, te ofrezco el glamour, las fiestas, los placeres. Tú sólo dame tu vida.
Claro está, sólo tienes que clavar tus rodillas y adorarlo. Responde lo que respondió Jesús: al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás. ¡Quítate de mí, Satanás! Y cuando tenemos ese ataque, tenemos que responder con la palabra, con los ojos de la fe guiando nuestra vida. No importa lo que el mundo me dé: es mucho más grande lo que espero en el Hijo de Dios.
Asaf está viendo su propio corazón, y comienza a darse cuenta que las decisiones que él había tomado antes, lo estaban convirtiendo casi en un pagano. Lo estaban convirtiendo casi en un animal. Estaba siendo contagiado –si fuera en el día de hoy-, por la televisión, por las películas que veía y, en un momento dice: ¡Casi deslizaron mis pies!
Sentí que me caía, sentí que ya me iba, sentí que perdí el ancla, sentí que perdí la brújula. Pero sólo fueron instantes. No sabemos si fueron horas, días o semanas, Lo que sí sabemos es que gracias a Dios regresó a su posición y a recobrar sus cinco sentidos. En cuanto a mí, el Señor es mi roca. ¿Cuántos de ustedes, en este día, y cualquiera sea el día que me lean, están teniendo una existencia a su alrededor, como la Biblia le llama: existencia animal? ¿Puede ser que haya alguien que todavía no conoce a Cristo como debe conocerlo, y come como un cerdo y trabaja como un asno y duerme como un caballo?
Debes entender que en ti no hay ninguna diferencia con los animales del campo. Vamos a ver, trata de hacer un ejercicio simple y reflexiona sobre estas preguntas: ¿Naciste para trabajar? ¿Vives trabajando? ¿Ya cobraste tu salario? ¿Ya guardaste? Llegas a los cincuenta o sesenta años y ¿Para qué? ¿Para dejar tu dinero de herencia a tus hijos y sin guía divina ellos se corrompan?
¿Para qué te mataste haciendo tanto dinero, para que tus herederos estén pensando en que no ven la hora que te tomes la nave espacial hacia arriba y todo eso les quede a ellos? El poder que tuviste, la fama. ¿De qué te sirve? La Biblia dice que toda gloria del hombre es como la flor de la hierba del campo: que nace por la mañana, florece por la tarde y se marchita y muere por la noche.
Ni tu fama, ni tu gloria, ni los libros que escribiste, ni los títulos académicos, ni los ascensos que lograste en tu empresa, nada de eso te vas a llevar en tu muerte. Te vas a ir (Como se solía decir en el campo argentino) en cueros, como viniste. Porque así fue como llegamos, desnudos. No traíamos nada material y ni modo había de hacerlo en el vientre de mamá. Así también nos iremos: desnudos en lo conceptual, aunque alguien le ponga ropas al cuerpo. Sin nada material.
¿Y sabes qué? No habrá memoria de nada, sólo el juicio ante Dios, que, durante esta vida, nos ha llamado a la santidad. Nos ha llamado a pensar como él piensa. Nos ha llamado a pensar que somos diferentes a los animales. Escucha: el diablo hará todo lo posible durante tu vida, para rebajarte al nivel de un animal. Asaf pudo percibir todo lo que es la realidad, y que Dios nos sostiene, nos guía hasta que un día estemos con él. Las personas que hoy viven sin Dios, son como aquellos pasajeros de aquel transatlántico llamado Titanic.
En el glamour, las copas, el dinero, el juego, las mujeres, los hombres, el poder, y el menosprecio a los pobres, eran un decorado permanente y presente en esa élite. Incluso alcanzaba hasta los pasajeros de la segunda y tercera clase. Y nunca jamás se dieron cuenta que, de repente, todo cambió. ¡En minutos! Y se acabó el glamour, el poder, el dinero.
En minutos ellos tenían que enfrentarse al juicio de Dios. En cuanto ese barco se hundió, en minutos todos ellos murieron, y se enfrentaron a la eternidad, y todo el glamour, y la fama y la hipocresía, la vanidad y las pretensiones de esa vida tan falsa, fueron a parar al fondo del mar. ¿De qué les sirvió lo que tenían? ¿De qué te servirá a ti si es que esta noche vienen a pedir tu alma? Nadie está profetizando ni deseando que así sea, pero no puedes negar que algún día será.
Las personas del mundo pueden prosperar y tener todo lo que quieran, esencialmente fama y poder. Pero si no tienen a Dios, serán unos pobres desventurados, miserables, ciegos y desnudos. Aunque tu prestigio haya ganado medio planeta, en el mundo del espíritu no vales un grano de maíz. Y mira cómo termina su reflexión Asaf. Lo voy a reproducir completo porque quiero que lo recibas como propio y personal, para ti. Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras.
He aquí, el Espíritu Santo vendrá sobre ustedes, y me serán testigos. Habla de Cristo. ¡No el salmo, tú! ¡A ti te lo digo! ¡Habla de Cristo a toda hora y donde quiera que estés! Porque es el Espíritu Santo el que te da el poder suficiente y necesario para decirle a todos los que aún no lo conocen, que por mejor que les parezca sus vidas, la realidad espiritual les va a mostrar que es una vida vana. Ahora ve y plántate delante del político de más prestigio de tu país, o del deportista más famoso y ganador, o del artista más taquillero del mundo, y dile: ¿De qué te sirve ganar al mundo entero si pierdes tu alma? Levanta los ojos al cielo y date cuenta que Él te creó y no nosotros a nosotros mismos.