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Un Arma Contundente

En una ocasión fui testigo de una discusión entre un pastor y un miembro de su congregación. A los reproches consabidos que le estaba haciendo el hombre, el pastor le respondió con algunos argumentos y de pronto le dijo: ¡Usted no tiene conocimiento porque no lee la Biblia! Era verdad. Yo conocía al confrontador y eso que le dijo era verdad. El hombre oraba poco y nada y casi no leía la Biblia. Lo único que lo definía como cristiano, era que iba a la iglesia regularmente. Creo que allí fue donde me pregunté con preocupación y alta seriedad por primera vez: ¿Era suficiente con congregarse para ser un buen cristiano? No. En ese momento tuve solamente la primera parte de la respuesta divina. Muchos años después, tendría la segunda que no sé si será la última. Congregarse es bueno y necesario, pero no siempre es sinónimo de asistir a un templo semanalmente. No alcanza para crecer y madurar como creyente, y hay casos en que lo obstaculiza.

Si el creyente no ora y no lee su Biblia, muy difícilmente pueda crecer y madurar lo que se requiere de Él para ser parte del Reino de Dios. Y allí es donde nos encontramos con respuestas y reacciones que seguramente no te serán desconocidas. Cristianos que no saben cómo orar mucho más allá de repetir textualmente el Padrenuestro o bendecir a su madre, su padre, su esposa o esposo, sus hijos, al perro y al gato antes de cada comida. Que no sería censurable si formara parte de un contexto más profundo de oración, pero que sí lo es cuando se limita solamente a eso y como para cumplir con formulismos o metodologías casi mágicas. Hay gente que encara la oración de fe como si fueran sentencias mágicas o de corte oriental para supuestamente conseguir sí o sí una respuesta favorable de un Dios al que casi no conocen. Todos hemos visto y sabemos esto, pero no es de esto puntualmente de lo que hoy voy a hablar.

Hoy voy a hablar de nuestra necesidad más que obligación de leer la Biblia. Sé que más de uno se ha preguntado con bastante sinceridad y pudor, para qué tiene ese libro en su casa, (O más de un ejemplar), si casi no llega a abrirlo más que cuando lo hace en alguna ocasión en el templo donde se le pide que lea algún versículo como parte del orden de culto. El Señor me ungió como maestro y amo la Palabra de Dios, y hasta donde yo sé, el único sitio gráfico en el que la palabra de Dios está escrita, es en ese libro que conocemos como La Santa Biblia. (Lo de “santa” corre por cuenta de los monjes que añadieron ese adjetivo. La Biblia no es ni santa ni profana, es un compendio de escrituras que constituyen la palabra de Dios que deben ser leídas, aquí, sí, por los santos del Dios altísimo, es decir, tú, yo y todos los que decidan y deseen serlo.

El gran tema está en qué es lo que debemos leer de esa bendita palabra. Mira; si tienes una relación  fluida con el Espíritu Santo, seguramente no necesitas preguntarle a nadie eso, ya que es el propio Espíritu el que te da letra a cada tiempo, a cada día, a cada momento. Si no tienes esa clase de relación espiritual, entonces debes decidir por ti mismo, con tu propia mente a veces más y a veces menos carnal. Y aquí viene el gran problema. Cuando es el intelecto el que decide, las rutinas tradicionales llevan a las personas a comenzar la lectura bíblica como se empieza la de cualquier libro, por el primer capítulo. Conclusión: empiezan por Génesis. Definición: superados los primeros capítulos de la conformación maravillosa de la Creación, cuando comienzan a surgir los primeros personajes, generalmente se cansan, se aburren y abandonan. Y ni hablar de los que eligen libros como Números o Levítico.

¿Qué recomiendo en casos así? Juan. El evangelio de Juan. ¿Motivos? Varios, pero uno en especial: es el único evangelio que no es cronológico y no relata repetitivamente con los restantes la vida y ministerio de Jesús, sino que sin respetar tiempos ni orden de los sucesos, escribe  lo más sustancioso de ese tiempo y lo que conforma una de las revelaciones más profundas y contundentes del Espíritu Santo a un hombre. No quiero leerte todo de un golpe para que se te grabe, quiero compartir cuando mi sentir espiritual así me lo demande, cada porción, cada letra, cada texto de ese evangelio. No quiero ya depender de las viejas rutinas de capítulos y versículos. Quiero entender y pensar que cuando te cite un texto de este evangelio, tomarás tu Biblia, lo buscarás y lo hallarás sin la cómoda y tradicional costumbre de tenerlo todo servido en tu mesa espiritual de alimento.

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. ¿Cuántas veces leíste esto? ¿Cuántas veces te lo leyeron, formando parte de alguna enseñanza o predicación? Trataré de no caer en una “argentinada” tradicional, que es la de ser exagerados. ¿Me crees si te digo que yo en lo personal no menos de cincuenta veces? Y no sé si no me quedo corto. Y al igual que mucha gente que conozco o he conocido, hasta que no escudriñé de verdad, entendí muy poco y nada de esta frase. Y mucho menos porque me sonaba casi una repetición de Génesis, y a eso ya lo sabía. O al menos pensaba que lo sabía. ¡Pobre del cristiano que crea que ya sabe todo y que hay muy pocas cosas que lo puedan asombrar! Si alguno de nosotros piensa algo así o parecido, tiene que saber que en este mismo momento es cuando empieza a declinar y a morirse espiritualmente. Nadie puede saber TODO. No cabe en estas mentes nuestras, no cabe. Escudriñar, que es investigar, buscar lo que está escondido, es un MANDAMIENTO, no una sugerencia o una opción caballeresca.

Lo primero que tienes que saber, es qué, Principio, en realidad es Diseño, Croquis, Modelo, Patrón, Esquema. Y que Verbo, en verdad es Logos, que es como decir algo dicho conforme al pensamiento, discurso, razonamiento, cálculo y expresión divina. Si en este caso no es Dios Padre y aún no estaba allí el Espíritu Santo, ese Verbo es Cristo. Si vuelves con esos rudimentos conocidos a leer la frase, algo se te mueve por dentro. No creo que yo haya sido el único al que le sucedió eso. Porque una cosa es lo que la tradicional y amada Reina Valera nos dice, y otra es decir que En el Diseño divino, era la Palabra, Cristo, y la Palabra era con Dios y la palabra misma, o sea Cristo, era Dios. Y Cristo, nos dice, estaba en ese Diseño y formando parte activa de Él, con Dios.

La primera pregunta que te surge cuando lo ves de este modo, es: ¿Por qué Dios se preocupa de dejar constancia por escrito que en su diseño está el Logos; el Verbo, la Palabra. Simple: porque es la esencia fundamental de su poder. ¿Cuántas veces lees en el Génesis la pequeña frase “y dijo Dios”? No las he contado, pero son muchas, en realidad para dar paso inmediato a casi todo lo que creó. Por ejemplo, nada menos que la luz, que es su propia esencia. Él simplemente dijo Sea la Luz, y la Luz fue. ¿Por qué apareció esa Luz? Porque Dios lo dijo, y porque su Palabra en decreto tiene poder. Mi pregunta inmediata, entonces, es: ¿No somos nosotros imagen y semejanza de Dios? Lo somos. Imagen corporal, sólo por Jesús, única expresión visible en la dimensión terrenal del Reino de Dios en la tierra. Semejanza porque somos espíritu, igual que Él. Entonces, ¿Por qué no podemos creer de una vez por todas que en nuestra palabra, cuando se respalda con fe genuina, integridad, honestidad y fidelidad, no existe ese mismo poder?

Tanto es así respecto a la palabra de Dios y al poder que la reviste y acompaña de modo permanente, que aún los sectores seculares más opuestos y adversos al Dios todopoderoso, la tienen en cuenta. Los rabís judíos, que eran los maestros autorizados de su tiempo, se referían a Dios, y especialmente en sus aspectos más personales, en términos de Su Palabra. Hablaban de Dios mismo como La Palabra de Dios. Sin ir más lejos, existe una antiquísima versión hebrea del Antiguo Testamento que en el pasaje de Éxodo 19:17, en lugar de decir que Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios, como dice nuestra versión habitual, dice que Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir la palabra de Dios. O sea que lo que intento contarte, es que, en la mente de esos antiguos judíos, la frase “la palabra de Dios”, podía ser utilizada para referirse al mismo Dios.

Pero los rabinos no eran los únicos que dedicaron su atención a la palabra. También los filósofos griegos veían al Logos como el poder que le daba sentido al mundo, llevándolo a ser mucho más ordenado y menos caótico. Según sus conclusiones el logos era nada menos que el poder que ponía al mundo en perfecto orden y lo mantenía en ella. Ellos veían al logos como la razón principal que controlaba todas las cosas. No es descabellado pensar, entonces, que Juan les dijo tanto a los judíos como a los griegos que visto y considerando que ellos habían estado hablando, pensando y escribiendo sobre el Verbo, o el logos, ahora él les iba a hacer el favor de decirles quien era realmente ese Verbo. Lo que hizo fue explicarle a cada uno de ellos quién era Jesús usando términos que ellos ya conocían y comprendían. En suma: Juan estaba utilizando un término que, con varias capas de significado, era de uso común y corriente en todas partes, de allí que él pudiera contar con tranquilidad que todos los hombres iban a entenderlo sin problemas.

Muy bien. Brillante. Apto para un estudio teológico de buen nivel, pero… ¿Y nosotros, qué? Sí, nosotros, los creyentes de este tiempo y de este lugar del mundo de habla hispana, sea donde sea. ¿Qué sabemos de la palabra y qué valor le otorgamos? No me respondas nada, ya lo sé. Ni bien alguien menciona la palabra de Dios, en el contexto que sea, habrá una multitud cristiana que por poco se postre en señal de reverencia, respeto, devoción, adoración y temor santo. ¿Eso es? No, en absoluto. Cuando pregunto qué sabemos respecto a la palabra de Dios, no me estoy refiriendo a todo el ritualismo que nos enseñaron alrededor de su sola mención, estoy hablando de qué cosa verdaderamente es la palabra para los que habitamos la iglesia del siglo veintiuno y cuanto sabemos o no sabemos respecto a ella. Siéntate en un escritorio de un salón de clase bíblica o ponte en pie detrás del atril de una plataforma en una iglesia y pregúntale a quienes te escuchan si saben lo que es la palabra de Dios. ¿Sabes qué? Habrá una enorme mayoría que te dirá que es la Biblia, que ella es la palabra de Dios. Obviamente no voy a discutir la validez de eso, pero creo que esa es una respuesta de mediocre para arriba un par de milímetros.

La misma Biblia te lo demuestra a través de muchos y diferentes relatos. Aod asesina con un puñal a Eglón, rey de Moab, y la artimaña que usa para tomar confiado y desprevenido al monarca, es decirle que le trae palabra de Dios.  Pregunto: ¿Te parece que iba a leerle la Torá? Porque Biblia todavía no había. Creo que no, que se trataba de otra cosa. Un profeta invitó a otro a comer en su casa. Por un tiempo este hombre se negó, pero luego fue convencido y entró y comió y bebió. Según parece había recibido palabra de Dios prohibiéndole comer pan o beber agua en esa casa y, por su desobediencia, fue castigado y6 un león lo mató cuando iba de regreso. ¿Había leído en alguna parte que no debía ir a esa casa o le había sido revelado? Creo que hemos caído en cierta confusión respecto a esto. Tomamos como palabra de Dios a los textos bíblicos, que efectivamente sí lo son, pero no en exclusividad. Una revelación recibida en nuestro espíritu y respaldada por lo escrito, también es palabra de Dios y como tal debe obedecerse.

Jesús les dijo sin dudar a los fariseos de la sinagoga que ellos habían invalidado la palabra auténtica de Dios por otorgarle prioridad a sus tradiciones. Es la distancia y diferencia que existía entre la Torá y la Mishná, que eran los textos que encerraban la palabra genuina de Dios y las conclusiones rituales de los ancianos de Israel. Hoy sucede casi lo mismo, aunque ya no existan en uso, al menos en el mundo cristiano, ninguno de esos libros. Pero reemplazar auténtica palabra por estatutos u ordenanzas tradicionales, es tan frecuente que se toma como normal. Tan así era esto en aquel tiempo que dice que en Salamina ellos llegaron y se pusieron a anunciarle la palabra de Dios a los que estaban en la sinagoga. ¿Cómo? ¿En la sinagoga no se hablaba o anunciaba esa misma palabra? No. Se le daba prioridad, culto y adoración a los ritos y costumbres por sobre lo que Dios mismo había dicho y seguía diciendo. Ya existía una considerable diferencia entre fe genuina y religión rutina.

Sin embargo, cuando escuché hablar de la palabra de Dios y me puse a escudriñar de qué se trataba en realidad, lo que más me impacto fue el texto de Hechos que dice que cuando ellos fueron llenos del Espíritu Santo, hablaban la palabra de Dios con denuedo. De esto convengamos que se ha enseñado muy poco. La gran mayoría opta por darle más énfasis al mismo relato, pero cuando hace hincapié en la oración en lenguas. Por eso me dediqué a ver qué significaba realmente hablar la palabra de Dios con denuedo. A primera lectura y conforme a nuestros diccionarios de la lengua española tradicionales, sería hacer eso sin detenerse, sin descansar, sin disminuir intensidad y perseverando contra todos y contra todo lo que se oponga. Sin embargo, ampliando un poco más la traducción, llegamos a ver que decir denuedo, es hablar de algo sin contaminarse. O sea que hablar la palabra de Dios con denuedo, es sencillamente hacerlo conforme a lo que dicta el Espíritu Santo de Dios, no una simple lectura en idioma bíblico.

La respuesta tan conocida que da Jesús a Satanás en el desierto, repitiendo lo dicho en Deuteronomio, que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Observa que dice TODA palabra, lo que me dice a mí y te dice a ti también, que no se trata solamente de lo que está escrito en nuestras Biblias, sino también de todo lo que a Su Espíritu Santo se le ocurra o le parezca bien brindarnos. Por otra parte, en el original de ese texto del Antiguo Testamento, no dice de toda palabra, sino “de todo lo que sale de la boca de Dios”. Y; si revisamos a conciencia los términos hebreos utilizados, podemos ver que eso incluye lo que allí se denomina como “soplo divino”. Coherente ciento por ciento. Dios es Espíritu y lo que puede salir de Él, es viento, aire, pneuma. Ese soplo es el aliento de vida que recibimos en el vientre materno y que nos hace convertir en un ser viviente en gestación, cuando hasta antes de ese soplo, sólo éramos algo inanimado y sin vida activa y dinámica.

Por eso, cuando se nos dice que la palabra de Dios nunca vuelve vacía, nosotros no tenemos otra idea mejor que la de agarrar a alguien y leerle uno, cinco, diez o cien versículos bíblicos, con la esperanza de que esa palabra que estamos expresando, no vuelva vacía. Está bien, es una manera, pero no la única, ni tampoco la que más se adhiere al texto que da origen a eso, que está en Isaías 55:10-11 y dice: Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.

Lo primero que dice es: Porque como desciende de los cielos la lluvia: Fíjate que usando la figura del ciclo del agua, el Señor ilustra el principio esencial de que Su palabra no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero. La lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelve allá antes de cumplir su propósito en la tierra (riegan la tierra, y la hacen germinar y producir). La lluvia y la nieve eventualmente regresan al cielo, pero no antes de cumplir su propósito en la tierra. Aun así, la palabra de Dios, cuando la envía desde el cielo, no regresa a Él vacía. En cambio, siempre cumple Su propósito en la tierra. Es decir que la lluvia y la nieve son parte de un proceso cíclico del agua. La precipitación llega a la tierra, se filtra en el suelo y produce grandes beneficios en el crecimiento de los cultivos, el alivio de las almas y el mantenimiento de la vida. La lluvia y la nieve vienen de arriba y no regresan sin cumplir su propósito. Dios compara Su Palabra con la lluvia y la nieve porque, al igual que la precipitación, la Palabra de Dios siempre cumple Sus buenos propósitos. Esto significa que Dios no es puro “hablar”. Cuando habla, sus palabras cumplen el propósito que se propuso. La palabra del Señor tiene poder y nunca falla en su propósito planeado.

“Es una palabra irrevocable. El hombre tiene que comerse sus palabras a veces, y retractarse de lo que dijo. Cumplirá su compromiso, pero no puede. No es que sea infiel, sino que es incapaz. Ahora bien, esto nunca es así con Dios. Su palabra nunca le vuelve vacía. ¡Anda, encuentra los copos de nieve volando como palomas blancas de regreso al cielo! ¡Anda, encuentra las gotas de lluvia que se elevan hacia arriba como diamantes arrojados de la mano de un valiente para encontrar un lugar donde alojarse en la nube de donde cayeron! Hasta que la nieve y la lluvia regresen al cielo y se burlen de la tierra que prometieron bendecir, la palabra de Dios nunca volverá a él vacía”. Sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come: El uso de estas imágenes para ilustrar el operar de la palabra de Dios muestra que la palabra de Dios da fruto. También muestra que el fruto tiene muchas aplicaciones diferentes. El mismo grano que da semilla al que siembra también da pan al que come.

Y más adelante dice: Hará lo que yo quiero: La palabra de Dios tiene algo que lograr. Dios no solo habla para oírse a sí mismo. Su palabra no está vacía ni carece de poder. Esto también significa que la palabra de Dios tiene un propósito. No habló de misterios insondables solo para confundir nuestras mentes o dejar las cosas a cualquier interpretación posible. Cuando Dios habla, habla para lograr un propósito. Y será prosperada en aquello para que la envié: La palabra de Dios no cumple apenas y de casualidad con su trabajo. Sino que será prosperada en el propósito que Dios tiene para ella. Es rica y llena de vida. La palabra de Dios siempre tiene éxito y siempre cumple el propósito de Dios. Esto no significa que no importa cómo se presente la palabra de Dios. A veces, se excusa un terrible sermón diciendo: “La palabra de Dios no vuelve vacía”. El principio es claro y verdadero en este pasaje de Isaías, pero debido a la mala preparación o predicación del predicador, ha habido poco de la palabra de Dios ante el pueblo. El predicador puede ignorar, diluir u oscurecer la palabra de Dios para que tenga poco avance. Cuando haya poco avance, ese poco tendrá éxito – pero cuánto mejor si más de todo el consejo de Dios saliera adelante para tener éxito.

 

Cuando Dios dice que Su Palabra no regresará a Él vacía, podemos saber que Él tiene una intención para Su Palabra. La Palabra de Dios es de arriba. Él «exhaló» Sus palabras para nosotros, y fueron registradas en la Biblia. Cada palabra que le dio a la humanidad tiene un propósito y se dio por una razón. Así como la lluvia y la nieve, las palabras de Dios dan vida y producen buenos frutos en nuestras vidas. A través de Su Palabra, sabemos que Dios nos ama y que Jesús murió para liberarnos del pecado y de la muerte; también aprendemos a vivir a la luz de esas verdades. Cuando Dios dice que Su Palabra no volverá a Él vacía, somos exhortados a permanecer en Su Palabra, dejando que la misma se absorba en nuestras vidas, asimilándola como el suelo absorbe la lluvia y la nieve. La verdad no regresará vacía mientras nuestros corazones sean cambiados. La Palabra de Dios nos reprende y nos corrige cuando nos equivocamos, y nos entrena para una vida espiritual. Su Palabra es una luz que nos guía en este mundo oscuro. Es relevante para cada problema práctico y apremiante. La Palabra de Dios siempre logrará lo que Él desea, bien sea enseñando, corrigiendo, entrenando, guiándonos a Él, revelando nuestro pecado, o cualquier otro propósito bueno y provechoso.

En suma: si en el diseño de Dios el Verbo, que es el logos, que es la palabra, estaba presente y era protagonista, eso tiene que significar que es la base real que lo sustenta todo. Y si la palabra hablada de Dios, es capaz de sustentar nada menos que el universo en toda su magnitud, no encuentro un motivo ni un argumento válido que me permita suponer que yo, como imagen y semejanza suya, como miembro de su Reino y parte activa del cuerpo de Cristo en la tierra, no tenga la misma capacidad para hacerlo. Por lo tanto, hoy he sido enviado a decirte que, si deseas que alfo cambie en tu vida, en la de tu familia, en la de tu ciudad, aldea, pueblo, región, ciudad o nación, empieza por la forma divina según el diseño: decláralo y créelo. Atención con esto: no podrás lograr que nadie haga lo que no desea hacer, porque no fuimos enviados a manipular las voluntades de nadie, pero si hay obstáculos espirituales llamados demonios que impiden que algo se produzca, tu declaración y tu palabra, como repique de la palabra de Dios, logrará hacerlo posible. No salgas a leerle capítulos y versículos a nadie con el argumento de que es llevarle la palabra, sólo dile lo que el Espíritu Santo te revele que le digas. Algo así como decir Sea la Luz, para que la Luz sea.

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agosto 5, 2023 Néstor Martínez