Se dice masivamente y se coincide, que estos tiempos son eminentemente gobernados por el individualismo. Dejando atrás cada día más aquellas cofradías humanas donde un conglomerado compartía todo o casi todo lo que poseía y cada inconveniente era tomado como propio por todo el grupo, hoy el estilo de vida es otro. La idea de arréglate como puedas y ese es tu problema y no el mío, ha ido ganando espacio hasta llegar a un tiempo como el actual, donde la empatía y la generosidad son valores prácticamente extinguidos, al menos en los grandes centros urbanos, en las ciudades. En el campo y en las zonas alejadas de esos centros, todavía se puede encontrar a gente que cultiva al menos una parte de aquellos grandes valores nacidos, obviamente, del diseño divino del Dios creador de todo lo que hay. Me propongo, en este estudio que quizás conmueva algunos de tus antiguos cimientos doctrinales, demostrar cual es la causa de ese individualismo y dónde se encuentra la salida, la solución para eso.
En el capítulo 17 del evangelio de Juan, vemos a Jesús dialogando con el Padre e intercediendo fielmente por los que en ese momento son sus discípulos. Esa es la historia, pero si lo vemos desde el plano de la razón por la cual nuestras biblias tienen ese contenido, esto es directamente para cada uno de nosotros, sus discípulos de este tiempo. Cuando llega al verso 24, leemos: Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Lo que Jesús le está pidiendo a su Padre, aquí, es que su unidad con su pueblo, sea completada. A esto se lo había prometido a sus discípulos, con las palabras que Juan rescata en 4:2-3: En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
A mí, lo que más captó mi atención cuando leí esto con luz divina, fue que le dice al Padre que donde Él está, quiere que ellos, sus discípulos, también estén. Pregunto: ¿Dónde estaba Él en ese momento? Allí, en la tierra, y sus discípulos con Él. ¿De eso hablaba? No. Está hablando del cielo, de una dimensión distinta y distante a la que ahora se encontraba. Es decir que, míralo con sumo cuidado y atención: Jesús estaba en la tierra, peregrinando juntamente con esos muchachos que eran sus discípulos, pero al mismo tiempo, también estaba en el cielo. Dos dimensiones conjuntas y en una misma persona, en este caso, Jesús. Pero resulta ser que Jesús es el Cristo, el Mesías, que es como decir el Ungido de Dios en la tierra, ¿Verdad? Pregunto: Tú, hermana o hermano cuerpo de Cristo en la tierra que me escuchas, ¿Qué se supone que eres? Simple. Agárrate de lo que puedas. Porque tú también eres un ungido o ungida de Dios en la tierra que, conjuntamente con Cristo, ya estás sentada o sentado en lugares celestiales. Doble yo. Un yo terrenal, un yo celestial. Probémoslo con la Palabra.
Pablo les escribe a los efesios y les dice, en el primer capítulo y versos 3 y 4 de su carta: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, Antes de la fundación del mundo. ¿Qué significado tiene esto que tantas veces hemos leído y oído y nunca o casi nunca hemos escudriñado más allá para ver que quiere decir? Mundo, aquí es kósmos, y habla de habitantes, de personas. Nada que ver con el mundo del que se habla con relación a su fin. Allí la palabra griega es otra y habla de sistema, no de gente como aquí. Fundación, por su parte, es más amplio. La palabra es katabolé, y habla de concebir, de principio. Sin embargo, la palabra deriva de katabálo, que se traduce como echar o lanzar hacia abajo. Como si Dios, desde su altura, hubiera arrojado hacia abajo algo que ahora conocemos como kósmos, mundo. Pero esta, a su vez, proviene de katá, que, dentro de su conjunto, también se traduce como distribución.
Todo esto se completa con otra derivación que se lee balo, y que implica poner, precipitar, sembrar, tender, echar, imponer, lanzar, meter, acostar, arrojar, caer, dar, dejar, derramar, derribar. Sin embargo, la siguiente derivación, es la que nos comienza a traer luz sobre el término fundar. La palabra es jrípto y tiene que ver, escucha: con lanzar, propiamente con un lanzamiento rápido, algo así como depositar como si fuera una carga y dispersar. A los escépticos o gnósticos que han elegido creer la incoherente teoría pseudo científica del big bang, aquí lo tienen más que claro. Pudo haber existido, no lo descarto, una fabulosa explosión en el universo, a partir de la cual se haya formado el mundo que conocemos, pero no por simple casualidad, como pretende la ciencia que creamos, sino porque la mano del Dios Todopoderoso la dirigió para que así fuera. ¿A alguien puede caberle alguna duda que el poder descomunal y sobrenatural de nuestro Dios, es incapaz de producir algo así? ¡Qué pobres y soberbias lagartijas pensantes somos a la hora de pretender limitar el poder divino, sólo para que encaje con nuestra pobre lógica humana! En lo espiritual, Dios creó todo lo que hay a partir de Su Palabra, pero en lo material y físico, no sabemos como esa Palabra se hizo visible.
Por lo pronto, te invito a salir de un antiguo error doctrinal que por años hemos venido cometiendo y repitiendo, una y otra vez. Nace en la interpretación, para mi gusto, demasiado somera y superficial del texto que voy a leerte. Efesios 2:4-7: Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Normalmente, se nos ha enseñado que Dios en su misericordia y porque ama al hombre que Él creó, Nos hace resucitar con Cristo y luego sentarnos en lugares celestiales. Con este concepto, todos estaríamos allí y resultaría muy complicado evitar ser salvo por Gracia,
Lamento comunicarte que esto no es así. Porque si bien es verdad que Dios es rico en misericordia y nos ama sin concesiones, también es Justo, y aunque estemos muertos por causa del pecado, no son todos los que llegan a sentarse en lugares celestiales CON Cristo. Decir “con”, es como decir en compañía de, o juntamente con. Pero si sigues leyendo, observarás que esas riquezas de Su Gracia, sólo son efectivas y se hacen realidad con nosotros si nosotros estamos EN Cristo, que significa estar dentro de, o alineado, o fusionado con Él. Es el mismo principio que rige para esa palabra que dice que al que está en Cristo, el maligno no le toca. Muchos todavía se preguntan por qué, si esto es así, el maligno hoy está tocando a tantos cristianos. Simple: porque serán cristianos por causa de su religión, de su doctrina o por asistir a una iglesia cristiana, pero todavía no viven EN Cristo, que es como decir que están en un mismo Espíritu con Él.
Hay un convencimiento generalizado respecto a que los creyentes genuinos estaremos sentados con Cristo en lugares celestiales, el día que muramos. Es como si ese fuera nuestro destino postrero. ¿Y si no fuera tan así, y en realidad los creyentes verdaderos YA estamos sentados allí? Me dirás que no, que no puede ser porque no podemos estar en dos lugares a un mismo tiempo. Te diré que sí, que eso sería así si estuviéramos hablando de un cuerpo terrenal, pero la Biblia misma se encarga de mostrarnos que desde el momento de ser recibidos como hijos de Dios por fe, ya somos de doble cuerpo: físico y terrenal, aquí y ahora, y cuerpo espiritual en los lugares celestiales. ¿Esto puede probarse? 1 Corintios 15:40: Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales.
Durante mucho tiempo se ha enseñado que cuando habla de cuerpos celestiales, se está refiriendo a ángeles. No me voy a tomar el atrevimiento de cuestionar lo que miles de prestigiosos teólogos han determinado, pero si sigo leyendo este mismo capítulo, más adelante Pablo dice en el verso 42: Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Coincidimos: un cuerpo de corrupción es un cuerpo terrenal. Un cuerpo en incorrupción, es un cuerpo celestial. Entonces tú me dice: ¡Pero eso será cuando resucitemos en un futuro! ¿Ah, sí? Y qué haremos con lo que el propio Pablo les escribe a los colosenses, cuando en el segundo capítulo de su carta, hablando de Cristo, desde el verso 9 al 12, les dice: Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad. En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos.
¿Me escuchaste bien? ¿Lo leíste conmigo? Te dice que fuimos circuncidados no por mano, lo que significa una circuncisión espiritual, EN Cristo. No que vamos a serlo, ya lo fuimos. Y que ya fuimos sepultados con Él en el bautismo. En el de aguas para perdón de pecados, si quieres, pero esencialmente en el del Espíritu Santo para unción y poder. Ya recibimos todo eso. Y que, por consecuencia de ello, fuimos resucitados con Él, mediante la fe en el poder de Dios que lo levantó de los muertos. ¿Entendiste bien? ¡Ya fuimos resucitados! Tú abres tus ojos como faroles y me dices: ¡Pero si todavía no morimos! ¿Cómo se entiende que resucitemos? Respuesta implícita: porque no estamos hablando de un cuerpo corrupto y terrenal que resucita, sino de un cuerpo incorruptible espiritual. Y que todo eso, una vez más, es estando EN Cristo. Con tener información Suya, creerla y respetarla, no alcanza. Sólo es factible naciendo de nuevo.
¿Quieres verlo desde otro ángulo? Mira lo que Pablo les dice a los efesios con referencia a la grandeza del poder de Dios. 1:20-23: …la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Cristo ya ha sido resucitado, ¿Verdad? Nadie puede dudar eso. Y luego ha sido sentado en lugares celestiales, ¿Cierto? Y desde allí ejerce poder, señorío y autoridad sobre todo lo que se le cruce, ¿Me estás siguiendo? Y ya le han sido puesta todas las cosas, TODAS las cosas, bajo sus pies. No lo va a hacer un día de estos, ya lo hizo. Y lo pone como cabeza de un cuerpo llamado iglesia, ¿No es así?
Ahora te pregunto: ¿Puede una cabeza vivir una determinada situación y su cuerpo vivir otra? No. La cabeza está unida al cuerpo y, todo lo que suceda con ella, también sucederá con ese cuerpo. Por lo tanto, ya fuimos resucitados y ya fuimos sentados en lugares celestiales, por lo que ya tenemos autoridad, poder y señorío contra toda potestad. Somos, EN Cristo, seres terrenales y celestiales, al mismo tiempo. El problema más grave que afrontamos, es el que, por causa del poder que ejerce nuestra carne, mayoritariamente influenciada por demonios, nos resulta muy complejo acceder a las cosas celestiales. Hay tremendos testimonios de personas que sí lo han hecho y han compartido experiencias maravillosas, pero debemos reconocer que no conforman la mayoría del pueblo santo. Es apenas un remanente que vive una verdad que todos conocemos, pero a la que no todos hemos accedido por causa de nuestra incredulidad.
El hombre mundano, el incrédulo, no puede estar EN Cristo, simplemente porque ha decidido vivir por fuera de Él. Eso ocurre con los que no lo conocen, pero también con aquellos que, habiéndolo conocido, decidieron vivir por fuera de su influencia santa. El Señor respeta sus voluntades, porque así los creó, para que sean libres de elegir. Pero no puede protegerlos y debe dejarlos vivir conforme a sus deseos. Ellos no han sido resucitados ni tampoco sentados en lugares celestiales. Ellos tienen un solo YO que vive aquí en la tierra y absolutamente nada más. Ellos deciden como vivir sus vidas, qué es bueno y conveniente según sus propias ideas y qué es malo. Para muchos en esta condición, matar, robar, violar, fornicar y adulterar no es malo, sino producto de un estilo de vida acorde a una época moderna. En su trono íntimo, sólo está sentado su YO y no hay espacio para nada más. Su futuro de eternidad no está en los cielos, porque ya lo rechazó cuando tuvo su oportunidad. Y sólo hay dos sitios en la eternidad futura. Si optó en despreciar uno, indefectiblemente su eternidad estará en el otro.
A mí me produce una mezcla de rechazo por un lado y una profunda pena por el otro, cuando al morir alguien que ha vivido una vida plagada de pecado, delincuencia, fraudes y estafas de todos los colores, a la hora de los discursos en sus funerales, las personas pretenden imaginarlo en el cielo, viviendo una vida de paz y serenidad. Eso sucede matemáticamente con todas las muertes. Es muy difícil que alguien diga en voz alta que un fallecido era mala persona. Generalmente, hay una conciencia casi primitiva de que todo lo que se muere, de inmediato se convierte en santo. Tremenda falsedad de una doctrina supuestamente cristiana que, créeme, se ha llevado más gente al infierno que el propio Satanás con sus estratagemas y sus legiones de demonios. No voy a dejar de reconocer que, desde lo físico y lo terrenal, la muerte iguala. Pero nosotros, como hijos del Dios viviente, no estamos aquí para hablar de cosas terrenales y de un tiempo. Estamos para hablar de eternidad. Y allí es donde la autoridad y la Justicia de Dios se encarga de discriminar correctamente entre una cosa y la otra. Y esa pretendida igualdad, llega hasta ese ataúd, porque más allá, el hombre ya no tiene poder alguno para modificar nada.
El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, es un espíritu como Él, al cual se le ha dado un alma y mientras dure su vida terrenal, habita en una caja descartable llamada cuerpo. Cuando muere, su cuerpo vuelve al polvo, a la tierra, porque del polvo fue formado. Con una precisión maravillosa, cada cuerpo que muere, activa de inmediato una glándula especial que segrega un elemento que, en un lapso determinado que varía de un ser a otro, posibilitará su autodestrucción, al punto de convertirse en ceniza. El espíritu, que fue soplado por Dios en el momento de la gestación, dice la Palabra que vuelve a Dios que fue quien lo dio. ¿Y el alma? El alma, que fue colocada para permitir la comunicación entre el espíritu y el cuerpo, tiene dos destinos: si decidió vivir EN Cristo, está sentada en lugares celestiales y pronta a vivir por toda la eternidad en los cielos grandiosos. Si decidió vivir sin Cristo, su destino ya lo conoces. No me gusta promocionar lo que no debo promocionar ni siquiera mencionándolo.
Por ese motivo es que, tanto los unos como los otros, viven sus vidas aquí y ahora de modo tan distinto. Y no estoy hablando de gente religiosa, que vive en base una apariencia que parece ser santa, pero que generalmente, como en su fuero íntimo no ha terminado de aceptar vivir EN Cristo, no difiere en nada a las de los incrédulos totales. ¿Puedo probar esto que digo? Creo que sí. La propia Palabra de Dios reconoce dos calidades de hombre en la tierra: Adán y Cristo. O estás en uno o estás en el otro, no hay término medio, grises o espacios neutrales. Dice mi Biblia que Jesús dijo: El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. Por esa razón es que Pablo, hablándoles a los corintios, en su primera carta 15:47:48, les dice: El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales.
Alguna vez, en el marco de mi trabajo ministerial y ante algunos cuestionamientos del establishment cristiano estructural, tuve la osadía de decir públicamente: “mírame vivir”, como todo argumento de sustento a lo que estaba enseñando. Comprobé dos cosas: que esa osadía llena de valentía que mi expresión dejó traslucir, era sustentada por mandato divino. De otro modo jamás me hubiera atrevido. Y lo otro que pude comprobar, es que, a partir de eso, la cantidad y calidad de ataque del infierno a mi vida se incrementó de modo tan notable que debí hacer una pausa para recomponerme y continuar. Porque esas dos palabras estaban muy lejos de ser fantochadas presuntuosas, sino una prueba visible de lo que termino de leerte. El de origen celestial, vive una vida en la tierra acorde a los principios celestiales. Pero el de origen terrenal, así asista a la mejor iglesia y hasta forme parte del liderazgo de ella, sino está EN Cristo, no puede evitar vivir vidas terrenales, esto es: en base a los principios egoístas y fraudulentos que son patrimonio de aquellos que decidieron vivir por fuera de Cristo.
Hay un Yo crucificado y otro no crucificado. Uno es libre y vive como se le antoja, fuera de Dios, de Cristo y del Espíritu Santo, y el otro, que se ha crucificado en la misma cruz donde el Cordero pagó con su sangre por nuestros pecados. De los primeros nos habla Apocalipsis 17:8, cuando dice: La bestia que has visto, era, y no es; y está para subir del abismo e ir a perdición; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia que era y no es, y será. De lo segundo habla Jesús en Mateo 13:35 cuando expresa: para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Abriré en parábolas mi boca; Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo. Y que, de alguna manera, está refrendado en el mismo capítulo, en el verso 34, cuando expresa: Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
Tómalo o déjalo. Si tú eres, -como supongo-, una mujer o un hombre que viven conforme a la guía del Espíritu Santo, Él tendrá que estar en este momento diciéndote que sí, que esto que has escuchado es así. Porque el Espíritu es uno y no se contradice. La misma conclusión es válida si estoy en error. En ese caso no lo aceptarás, porque el mismo Espíritu te dirá que me equivoqué. Creo fielmente que, en esta tierra, con nuestro Yo terrenal, debemos predicar el evangelio del Reino y luego, cuando sea el tiempo, morir y ser olvidados. Porque el único vigente es Jesucristo, la cabeza. Su cuerpo sólo debe limitarse a lo que esa cabeza ordene. Nuestro Yo celestial, en cambio, lo hará a su modo. Efesios 3:10 confirma esto: para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales. Y si tu Yo terrenal es cuestionado, recuérdales Juan 3:12: Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?