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Reivindicando al Espíritu Santo

(Juan 14: 26) =  Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.

Al descuidar o negar la deidad de Cristo, los llamados “cristianos liberales” han cometido un trágico error, porque no les deja nada más que un Cristo imperfecto cuya muerte fue un mero martirio y cuya resurrección es un mito. Los que siguen a un Salvador meramente humano no siguen a ningún Salvador, sino sólo a un ideal, y un ideal, además, que no puede hacer más que burlarse de sus debilidades y pecados. Si el hijo de María no fue el Hijo de Dios en un sentido en que no lo es ningún otro hombre, entonces no puede haber ninguna otra esperanza para la raza humana.

Si Aquel que se llamó a sí mismo la Luz del mundo era sólo una lámpara vacilante, entonces la oscuridad que rodea a la tierra será permanente. Y pretendidos, pomposos y hasta vanidosos líderes cristianos se encogen de hombros, como demostrando que están fuera del asunto, pero su responsabilidad para con las almas de sus seguidores no puede ser echada a un lado con un encogimiento de hombros. Dios les traerá a cuenta por el daño hecho a personas simples, sinceras, aunque cómodas, que confiaron en ellos como guías espirituales.

Pero por culpable que sea la acción del liberal de negar la Deidad de Cristo, los que nos preciamos de nuestra forma de adorarlo, no debemos dejar que nuestra indignación nos ciegue a nuestras propias faltas. Desde luego, no se trata de un momento oportuno para auto felicitarnos, porque también nosotros, en años recientes, hemos cometido un costoso error en este camino, y es un error que tiene un estrecho paralelo con el del liberal. Nuestro error (¿O seremos francos y lo llamaremos pecado?) ha sido descuidar la doctrina del Espíritu Santo hasta el punto de que virtualmente le negamos su puesto en la Deidad.

Esta negación no ha tenido lugar mediante una declaración doctrinal expresa, porque nos hemos aferrado de una manera suficientemente fuerte a la posición bíblica en todo lo que concierne a nuestras declaraciones formales. Nuestra forma de fe formal es sana; nuestro fracaso está en lo que se ha denominado como credo Junciana! No se trata de una distinción carente de importancia. Una doctrina tiene un valor práctico sólo hasta allí donde es prominente en nuestros pensamientos y constituye una diferencia en nuestras vidas.

Por medio de esta prueba, la doctrina del Espíritu Santo que los evangélicos sostienen en la actualidad no tiene casi ningún valor práctico. En la mayor parte de las Iglesias cristianas que he conocido, el Espíritu era casi totalmente pasado por alto. Sea que esté presente o ausente, ello no hace ninguna diferencia real para nadie. Se hace una breve referencia a Él en lo que se llama la Doxología y en la Bendición. Aparte de esto, lo mismo daría que no existiera.

Lo ignoramos hasta tal punto que es sólo por cortesía que podemos ser llamados trinitarios. La doctrina  de la Trinidad, (Incluida la eterna discusión de sobre si el término está en la Biblia o no), declara abiertamente la igualdad de las tres Personas y el derecho del Espíritu Santo a ser adorado y glorificado. Todo lo que sea menos que esto es algo menos que trinitarianismo. Nuestro descuido de la doctrina de la bendita tercera Persona ha tenido y tiene serias consecuencias.

Porque la doctrina es dinamita. Tiene que tener un énfasis lo suficientemente acusado para ser detonada antes que su poder sea liberado. Si no es así, puede yacer dormida y olvidada en un rincón de nuestras mentes durante toda su vida sin tener efecto alguno. La doctrina del Espíritu Santo es dinamita enterrada. Su poder espera a ser descubierto y empleado de una vez por todas por la Iglesia. El poder del Espíritu no será dado a ningún asentimiento tibio a la verdad pneumatológica.

El Espíritu Santo no se ocupa en si se lo apunta en los distintos credo al final de sus vetustos himnarios; lo que espera, es nuestro énfasis. Cuando entre en la meditación de los maestros entrará en la expectativa de los oyentes. Cuando el Espíritu Santo deje de ser incidental y vuelva a ser de nuevo fundamental, el poder del Espíritu será afirmado una vez más entre la gente llamada cristiana. La idea del Espíritu sostenida por el miembro medio de la iglesia es tan vaga que es casi inexistente.

(Mateo 3: 11) = Yo (Dijo Juan el Bautista) a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, (Ese era Jesús) cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.

Yo no puedo terminar de entender, todavía, como es que si esto que ha sido escrito, aceptado y creído por todos, todavía sigue siendo discutido y hasta con cierta ferocidad, por miembros de grupos divididos precisamente por este punto: creer o no en la existencia real de esta clase de bautismo que fue preanunciado por el mismo Juan el Bautista y luego confirmado por el propio Jesús. Si Él dijo que el traía el fuego del Espíritu Santo para dejarlo como herencia a su cuerpo en al tierra. ¿Quiénes seremos nosotros, pobres hombrecitos con los pies apoyados en el piso, para arrogarnos el menor cuestionamiento a eso? ¿Tanta será nuestra soberbia?

El caso es que cuando la gran mayoría piensa en el Éspíritu Santo, en absoluto, propende a pensar en una sustancia nebulosa como un hálito invisible que se dice que está presente en las iglesias y que se encuentra sobre las personas buenas en la hora de su muerte. Francamente, no cree en nada así, pero quiere creer algo, y no sintiéndose capacitado para la tarea de examinar toda la verdad a la luz de la Escritura, contemporiza manteniendo la creencia en el Espíritu lo más lejos posible del centro de su vida, no dejando que conduzca a ninguna diferencia en nada que le afecte en la práctica.

Esto describe a un número sorprendentemente grande de personas serias que están sinceramente tratando de ser creyentes. No tanto cristianas, porque tú ya sabes que ese calificativo nació casi como una burla para los seguidores de Jesús, al que en forma de burla, también, ellos llamaban el Cristo. Ahora bien, ¿cómo deberíamos pensar acerca del Espíritu? Una respuesta plena bien podría ocupar una docena de volúmenes. Como mucho sólo podemos señalar a la unción llena de gracia de lo alto y esperar que tu mismo deseo te provea el necesario estímulo que te apremie a conocer a la bienaventurada tercera Persona por tí mismo.

Si leo correctamente el registro de la experiencia a través de los años, los que más gozaron del poder del Espíritu son los que menos tuvieron que decir acerca de Él por vía de un Intento de definición. Los santos de la Biblia que anduvieron en el Espíritu nunca trataron de explicarlo. En los tiempos post bíblicos muchos de los que fueron llenados e inundados por el Espíritu se vieron impedidos, por las limitaciones de sus dotes literarias, de decirnos mucho acerca de Él. No tenían dotes para el análisis del yo, sino que vivían desde el interior en una acrítica sencillez.

Para ellos el Espíritu era Uno que debía ser amado y con quien debían tener comunión como con el mismo Señor. Se hubieran visto totalmente perdidos en una discusión rarísima acerca de la naturaleza del Espíritu Santo, pero no tenían problemas en acercarse al poder del Espíritu para la santidad de vida y para un servicio fructífero. Y así es como debería ser. La experiencia personal debe ser siempre lo primero en la vida real. Lo más importante es que experimentemos la realidad por el método más corto y directo.

Un niño puede comer un alimento nutritivo sin saber nada acerca de química ni de dietética. Un muchacho campesino puede conocer los deleites del puro amor y no haber oído nunca de Sigmund Freud o de Havelock Ellis. El conocimiento experimental es siempre mejor que el mero conocimiento por descripción, y lo primero ni presupone el segundo ni lo necesita. En esto nuestro, más que en cualquier otro campo de la experiencia humana, se debe establecer siempre una acusada distinción entre conocer acerca de y conocer. NO te olvides que conocer, bíblicamente, es tener intimidad.

La distinción es la misma que entre conocer acerca de la comida y realmente consumirla. Un hombre puede morir de hambre sabiéndolo todo acerca del pan, y un hombre puede quedar espiritualmente muerto aunque conozca todos los hechos históricos de la fe cristiana. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Eso dice la Palabra. Sólo tenemos que introducir un pequeño cambio en este verso para poder ver lo Inmensa que es la diferencia respecto a conocer acerca de, y conocer: Ésta es la vida eterna: que conozcan acerca de ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.

Este pequeño cambio es causa de la gran diferencia entre la vida y la muerte, porque alcanza a la misma raíz del verso, y cambia su teología de una manera radical y vital. A pesar de todo esto, no quiero subestimar la importancia del mero conocer acerca de. Su valor reside en su capacidad de suscitar en nosotros el deseo de conocer experimentalmente. Así, el conocimiento por descripción puede conducir al conocimiento experimental. Puede conducir, digo, pero no necesariamente.

Así, no osare llegar a la conclusión que por el hecho de aprender acerca del Espíritu, por esta misma razón lo conozcamos. Conocerlo viene sólo de un encuentro personal con el mismo Espíritu Santo. ¿Cómo vamos a pensar acerca del Espíritu? Se puede aprender mucho del Espíritu Santo por medio de la misma palabra espíritu. Espíritu denota existencia en un nivel superior y más allá de la materia: significa vida subsistiendo en otro modo. El espíritu es sustancia que no tiene peso, ni dimensión, ni tamaño ni extensión en el espacio.

Estas cualidades pertenecen todas a la materia, y no pueden tener aplicación al espíritu. Pero el espíritu es un verdadero ser, y es objetivamente real. Si es difícil de visualizar, pásese por alto, porque en el mejor de los casos es un pobre intento de la mente de aprehender aquello que está más allá de la capacidad de la mente. Y no sucede nada malo si en nuestro pensamiento acerca del Espíritu nos vemos forzados a revestirlo del familiar hábito de forma material.

(Romanos 8: 5) = Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.

(6) Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.

(7) Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

(9) Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

¿Cómo, pues, pensaremos del Espíritu? La Biblia y la teología cristiana concuerdan en que El es una Persona, dotado de todas las cualidades de la personalidad, como la emoción, el intelecto y la voluntad. Él sabe, Él quiere, Él ama; Él siente afecto, antipatía y compasión. Piensa, ve, oye y habla y ejecuta todo acto del que sea capaz la personalidad. Una cualidad perteneciente al Espíritu Santo, de gran interés e importancia para todo corazón indagador, es su capacidad penetradora.

Él puede penetrar la materia, como el cuerpo humano; puede penetrar la mente; puede penetrar otro espíritu, como el espíritu humano. Puede conseguir una total penetración de/ y una real mezcla con el espíritu humano. Puede invadir el corazón humano y hacer lugar para sí sin expulsar nada esencialmente humano. La integridad de la personalidad humana permanece sin daños. Sólo el mal moral se ve obligado a retirarse. El problema aquí involucrado no puede ser ni evitado ni resuelto. ¿Cómo puede una personalidad entrar en otra?

La contestación cándida sería simplemente que no lo sabemos, pero se puede llegar a una aproximación a su entendimiento mediante una sencilla analogía tomada de los antiguos escritores devocionales de hace varios siglos. Ponemos un trozo de hierro en un fuego, y avivamos los carbones. Al principio tenemos dos sustancias distintas, hierro y fuego. Cuando ponemos el hierro en el fuego logramos que el hierro sea penetrado por el fuego. Pronto el fuego comienza a penetrar en el hierro, y no sólo tenemos el hierro en el fuego sino también el fuego en el hierro.

Son dos sustancias distintas, pero se han entremezclado e inter penetrado de tal manera que las dos cosas se han transformado en una sola. De una manera similar penetra el Espíritu Santo en nuestras vidas. A lo largo de toda la experiencia permanecemos siendo nosotros mismos. No hay destrucción de la sustancia. Cada uno persiste siendo un ser separado como antes; la diferencia es que ahora el Espíritu penetra y llena nuestras personalidades, y somos experimentalmente uno con Dios. ¿Cómo pensaremos acerca del Espíritu Santo?

La Biblia declara que Él es Dios. Toda cualidad que le pertenece al Dios Omnipotente le es libremente atribuida. Todo lo que Dios es se declara del Espíritu. El Espíritu de Dios es uno con/ e igual a Dios, así como el Espíritu del hombre es igual a/ y uno con el hombre. Esto es tan plenamente enseñado en las Escrituras que podemos, sin perjudicar el argumento, omitir la formalidad de dar los textos de prueba. El lector más casual de las Escrituras lo habrá descubierto por sí mismo.

La iglesia histórica, cuando formuló su solemne llamada regla de fe, escribió abiertamente en su confesión su creencia en la Deidad del Espíritu Santo. El Credo de los Apóstoles da testimonio de la fe en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, y no establece diferencia entre los tres. Los Padres que redactaron el Credo Niceno testificaron, en un pasaje de gran belleza, acerca de su fe en la deidad del Espíritu: Y creo en el Espíritu Santo, El Señor y Dador de la vida. Que procede del Padre y del Hijo; Que juntamente con el Padre y el Hijo Es adorado y glorificado.

La controversia arriana del siglo cuarto obligó a los Padres a declarar sus creencias con mayor claridad que antes. Entre los importantes escritos que aparecieron en aquel tiempo está el Credo de Atanasio. Poco nos importa hoy día quién lo redactó. Fue escrito en un intento de declarar de la manera más breve posible lo que la Biblia enseña acerca de la naturaleza de Dios; y esto lo ha hecho con una inclusividad y precisión pocas veces igualada en la literatura universal.

Aquí tenemos unas pocas citas que tienen que ver con la Deidad del Espíritu Santo: Hay una Persona del Padre, otra del Hijo, y otra del Espíritu Santo. Pero la Deidad del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo es toda una: igual la Gloria; coeterna la Majestad. Y en esta Trinidad nadie es anterior, ni después de otro: nadie es mayor, ni menor que otro. Sino que todas las tres Personas son coeternas juntamente, y coiguales. Así que en todas las cosas, como se ha dicho antes: la Unidad en Trinidad, y la Trinidad en Unidad, debe ser adorada.

En su himnología sagrada, tradicional y un tanto fuera de época, la Iglesia ha reconocido libremente la Deidad del Espíritu, y en su inspirado cántico lo ha adorado con gozoso abandono. Algunos de aquellos viejos himnos al Espíritu se han vuelto tan conocidos que tendemos a perder de vista su verdadero sentido por la misma circunstancia de que nos son tan familiares. Un himno así es el maravilloso Santo Espíritu, con Luz Divina; otro es el que dice: Sobre mí sopla, oh Hálito Divino; y hay muchos otros.

Han sido cantados tan frecuentemente por personas que no tienen conocimiento experimental de su contenido que, para la mayoría de entre nosotros, han perdido su significado casi del todo. En las obras poéticas de Frederick Faber se ha encontrado un cántico al Espíritu Santo que se considera entre los mejores jamás escritos, pero para el que nunca, que yo sepa, se ha compuesto música, o, si así se ha hecho, nunca ha sido cantado en ninguna iglesia de las que yo he conocido.

¿Podría deberse ello a que incorpora una experiencia personal del Espíritu Santo tan profunda, tan íntima, tan al rojo vivo, que no se corresponde con nada en los corazones de los adoradores del evangelismo de nuestro tiempo actual? Te cito tres estrofas que logré conocer: ¡De Amor la Fuente! ¡Verdadero Dios, Tú, Quien a través de eternos dios Del Padre y del Hijo has procedido En tu increado Ser! ¡Te temo. Amor sin comienzo! ¡Dios verdadero! ¡De la gracia fuente sólo! Y ahora tu trono bendito Mi pecaminoso yo humillo. ¡Oh Luz! ¡Oh Amor! ¡Oh Tu el mismo Dios! No oso mis ojos más fijar En tus atributos maravillosos Y sus misteriosos consejos.

Estas líneas tienen todo aquello que constituye un gran himno: una sana teología, estructura llana, hermosura lírica, una alta comprensión de ideas profundas y una gran carga de sublime sentimiento de fe. Y sin embargo sufren un total descuido, olvido y, lo peor, descrédito, como si se hubieran convertido en algo malo simplemente por ser algo viejo. ¿Todo lo viejo es malo, entonces? ¿Solo porque es viejo? ¿No es un contrasentido con nuestra propia fe, decir eso?

(Gálatas 5: 19) = Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, (20) idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, (21) envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

(22) Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, (23) mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.

(24) Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.

(25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.

Creo que un gran resurgir del poder del Espíritu entre nosotros volverá a abrir pozos de adoración durante mucho tiempo olvidada. Porque los cánticos no pueden jamás traernos el Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo, invariablemente, trae consigo el cántico. Es eso que en algún momento denominaron como “cántico nuevo!, que supuestamente era un cántico que nacía en el salmista en el preciso momento de la adoración, no antes ni después, y enviado directamente por el Espíritu Santo para ese momento y lugar. La embarraron cuando lo grabaron en sus discos para la venta, porque ahí dejó de ser nuevo y pasó a ser más mercadería.

Lo que tenemos en la doctrina del Espíritu Santo es la Deidad presente entre nosotros. Él no es sólo el mensajero de Dios, sino que Él es Dios. Él es Dios en contacto con sus criaturas, obrando en ellas y entre ellas una obra de salvación y de renovación. Las Personas de la Deidad nunca obran por separado. No osaremos pensar de ellas de manera que «dividamos la sustancia». Cada acto de Dios es obrado por las tres Personas. Dios no está Jamás presente en una Persona sin las otras Dios no se puede dividir a sí mismo.

Donde está el Espíritu está también el Padre y el Hijo. Iremos a él, y haremos morada con él. Para el cumplimiento de alguna obra específica, una Persona puede por un tiempo destacarse más que las otras, pero nunca está sola. Dios está siempre totalmente presente cuando está presente en absoluto. La respuesta apropiada a la pregunta reverente de ¿Cómo es Dios? será siempre: Es como Cristo. Porque Cristo es Dios, y el Hombre que anduvo entre los hombres en Palestina era Dios actuando como Él mismo en la situación familiar en la que su encamación le situó.

A la pregunta de  ¿Cómo es el Espíritu? se deberá siempre contestar: Es como Cristo. Porque el Espíritu es la esencia del Padre y del Hijo. Como Ellos son, así es Él. Tal como sintamos con respecto a Cristo y con respecto a nuestro Padre que está en el cielo, así debiéramos sentimos para con el Espíritu del Padre y del Hijo. El Espíritu Santo es el Espíritu de vida, de luz y de amor. En su naturaleza Increada Él es un mar infinito de fuego, fluyendo, siempre activo, ejecutando, en su moverse, los eternos propósitos de Dios.

Para con la naturaleza Él ejecuta una obra determinada; para con el mundo, otra; y para con la Iglesia, otra. Y cada uno de sus actos concuerda con la voluntad del Dios Trino y Uno. Jamás actúa impulsivamente ni se mueve por una decisión instantánea o arbitrarla. Por cuanto Él es el Espíritu del Padre, siente para con su pueblo exactamente lo que siente el Padre, por lo que no debemos tener sentimiento alguno de ser extraños en su presencia.

Él siempre actuará como Jesús, en compasión para con los pecadores, en cálido afecto para con los santos, con la más tierna piedad y amor para con el dolor humano. Es hora de que nos arrepintamos, porque nuestras transgresiones contra la bienaventurada tercera Persona han sido muchas y graves. Le hemos maltratado amargamente en la casa de sus amigos. Le hemos crucificado en su propio templo, como crucificaron otros al Hijo Eterno en el monte fuera de Jerusalén.

Y los clavos que hemos empleado no son de hierro, sino del material más fino y precioso que constituye la vida humana. De nuestros corazones hemos tomado los acicalados metales de la voluntad, del sentimiento y del pensamiento. y con ellos hemos hecho los clavos de la sospecha, de la rebelión y de la negligencia. Con pensamientos indignos acerca de Él y actitudes inamistosas contra Él le hemos contristado y apagado día tras día, sin fin.

El arrepentimiento más verdadero y aceptable es invertir nuestras acciones y actitudes de las que nos arrepentimos. Mil años de remordimiento por una mala acción no complacerían tanto a Dios como un cambio de conducta y una vida rectificada. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá compasión de él, y a nuestro Dios, el cual será amplio en perdonar. Nuestro mejor arrepentimiento con respecto a nuestro descuido será no descuidarle más.

Comencemos a pensar en Él como Uno que debe ser adorado y obedecido. Abramos de par en par todas las puertas, e invitémosle a entrar. Rindamos a Él todas las estancias en el templo de nuestros corazones, e insistamos en que entre y tome posesión como Señor y Dueño en su propia morada. Y recordemos que Él es atraído al dulce Nombre de Jesús como las abejas lo son a la dulce fragancia de las flores. Allí donde Cristo reciba honra, el Espíritu se sentirá acogido; allí donde Cristo sea glorificado, Él se moverá libremente, complacido y en su morada.

(1 Corintios 3: 16) = ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

17) Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.

Si tú eres templo del Espíritu Santo, (Y no solamente tu cuerpo, sino todo o toda tú, completa o completo, presta atención a lo que dice al final. ¿De qué modo podrías destruir ese templo sagrado y precioso? Al cuerpo, creo que ya lo sabes. Alcohol, drogas, comida sin control y de mala calidad, promiscuidades sexuales, trasnoche permanente. ¿Y el alma? Con manipulaciones, engaños, rechazos, humillaciones, burlas, calumnias, injurias. Todo eso atenta contra ese cuerpo que es, en suma, el epicentro de un cuerpo mayor. El cuerpo de Cristo. Y no es una doctrina, esta, proveniente de un solo verso aislado, mira:

(1 Corintios 6: 19) = ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?

(20) Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.

El Espíritu Santo siempre está hablándonos, sólo debemos abrir nuestros oídos espirituales para escucharlo. Alguien tuvo la iluminación de elaborar tres formas en la que puedes mejorar tu capacidad para escucharlo. Quizás no sean las únicas, porque no hay metodología humana en esto, pero creo que son válidas para compartir.

Enfócate en la Palabra. Una de las formas más efectivas de mejorar tu capacidad para escuchar al Espíritu Santo, es enfocándote en la Palabra de Dios. En Juan 15:7 Jesús dijo: Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan todo lo que quieran, y se les concederá. Entonces, ¿Cómo sabes si has estado enfocado en la Palabra? Lo sabes porque ¡el Espíritu Santo te habla por medio de ella! Él es quien dirige tus pensamientos a lo largo del día. Sin embargo, tienes que ser diligente en leer tu Biblia, con el fin de que ella se refleje a través de tu vida, y obedécela. Trátala como el tesoro invaluable que es.

Escucha al pueblo de Dios. El Espíritu Santo no sólo está hablándote a ti, también está hablándole al pueblo de Dios. Algunas veces, esas personas reciben un mensaje de parte del Señor para la iglesia; así como cuando el Señor habló por medio de los apóstoles, o cuando le da una profecía a alguien. Otras veces, el Espíritu Santo utiliza a personas para compartir un mensaje especial dirigido específicamente para ti. Al prestarles atención a verdaderos ministros en la fe, o a amigos y familiares guiados por el Espíritu, escucharás la dirección del Espíritu Santo. Ahora bien, eso no significa que debas prestarles atención a todas las personas, o a todos los cristianos que creen que Dios quiere hablarte por medio de ellos. Debes asegurarte de que esas personas estén llenas del Espíritu y sean guiadas por Él. Además, que sean personas llenas de fe.

Escucha en oración. ¿Te has dado cuenta que durante tu tiempo de oración con el Señor eres el único que habla? Si nunca te quedas el tiempo necesario en silencio, ¿cómo pretendes escuchar lo que el Espíritu Santo está hablándole a tu corazón? Cuando ores, aparta un tiempo para alabar a Dios por Su bondad, y agradécele por todo lo que ha hecho por ti. Luego, pídele lo que necesitas. Después de eso, quédate en silencio. La oración no es una conversación de una sola vía. Asegúrate de darle la oportunidad al Espíritu Santo de hablar. Es probable que Él le traiga un versículo bíblico, o una canción a tu mente. O puede traer a tu mente el nombre de una persona que necesita oración. También es probable que te dé la dirección que debes tomar durante el día, e inclusive la respuesta a una petición de oración. El Espíritu Santo está hablando. Y escucharlo con claridad, sólo dependerá de ti. Si pones estas sugerencias en práctica, mejorarás tu capacidad para escuchar al Espíritu Santo, ¡Y tendrás el gozo de vivir una vida guiada por el Espíritu!,

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enero 24, 2021 Néstor Martínez