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Libres de la ley

Es mi intención, en este estudio, mostrarle a usted el poder de la cruz en su vida. Ese poder, ya manifestado pero no del todo bien entendido, habrá de librarle definitivamente y con plena certeza de dos verdaderos cánceres de la iglesia contemporánea: La Hechicería y El Legalismo.

De la Hechicería ya hemos hablado. Se trata específicamente de toda maniobra ejecutada por una persona con el fin de someter la voluntad de otra y sujetarla a la suya. Se puede hacer – y de hecho que se hace -, desde las oscuridades diabólicas del ocultismo (Magia negra, brujería, curanderismo, umbanda, macumba), pero también con métodos mucho más “civilizados” y modernos que la manipulación dialéctica, ya sea por la vía de la seducción o la de la intimidación. No le hace, igual se llama Hechicería.

Del Legalismo, le voy a hablar ahora. Es necesario para todo creyente, conocer las formas de quedar libre del yugo del Legalismo en su vida, ya sea por la actitud de otros para con uno, o de nuestras actitudes legalistas para con los demás.

Pablo dice, en su carta a los Gálatas 2:19, Porque yo por la ley (Es decir: bajo la operación de la maldición de la ley) soy (Esto en el hecho concreto de la muerte de Cristo por mí) muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. (Le recuerdo que para Dios, muerte, no significa ataúd, sepelio y tumba, sino una condición mental que lo saca a usted de su presencia).

Ahora bien: ¿Cuándo morí yo a la ley? Cuando Cristo murió. Porque nuestro viejo hombre fue crucificado con Jesús cuando Él murió en la cruz. Así es que por medio de la cruz y la muerte de Jesús hace dos mil años, yo he muerto definitivamente a la ley. Eso dice.

Ahora veamos esto: La ley, (Que es decir el Legalismo; y no estamos hablando de antiguos judíos sino de actuales creyentes que entienden que la Biblia es un garrote vil, hace que nuestras pasiones pecaminosas cobren vida. En su carta a los Romanos 7:5-6, Pablo escribe: Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley, obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto (¡Un momento! ¿Cuándo morimos? Cuando murió Jesús, ya fue hecho. Y ya fue dicho) para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.

¿Cuándo usted era un niño, nunca le ocurrió que le dijeron que no hiciera algo, y precisamente porque le habían ordenado no hacerlo, lo hizo, y además casi disfrutó haciéndolo? Es que debido a nuestra naturaleza pecaminosa, decirnos que no hagamos algo, prohibirnos estrictamente hacer algo es, a veces, el mínimo y único incentivo que necesitamos para hacer precisamente eso. Muchas veces llegamos a hacerlo, solamente porque nos dijeron que no teníamos que hacerlo. Así es nuestra naturaleza cuando no está pasada por la cruz.

Cuantas más leyes tengamos, más fácil parecería ser romperlas. Es que en realidad, la ley en cualquiera de sus facetas y por más bien intencionada moralmente que sea, obra como un obstáculo para la verdadera obediencia, porque la ley no tiene conexión con una relación de intimidad padre-hijo. Pero quienes se consideran a sí mismos muertos con Cristo, han sido liberados de la ley. Aquellos que están en Cristo (Y esto significa, verdaderamente, estar EN Cristo), ya no están bajo la ley. El incentivo real para hacer el bien y no hacer el mal está basado en una relación con Jesucristo.

Usar pantalones o no usar pantalones, por hablar de uno de los legalismos clásicos con respecto a la mujer, no hará más creyente a una dama de oscuro corazón, en tanto que no se irá al infierno si se los coloca, (Y tenga en cuenta que cada mujer sabe muy bien COMO usar o NO usar una prenda), si es que su corazón es recto ante Dios. Por otra parte, si hacemos un estudio profundo, vamos a descubrir para nuestra sorpresa, que en la época aquella en que la Biblia fue escrita, los hombres usaban algo que era lo más parecido a la falda larga, en tanto que las mujeres usaban una prenda que, atada a sus muslos tanto por razones de higiene como de seguridad, les quedaban como modernísimos bermudas. ¿De dónde habrán sacado, entonces, lo de los pantalones? Legalismo.

Le tendré que decir que la muerte sólo puede liberarnos de la ley. Así es. La única forma de tener liberación de la ley, es a través de la muerte. Si no mira lo que Pablo dice al respecto y da como metáfora, (No como mandamiento como algunos han entendido) como analogía y parábola, al matrimonio.

(Romanos 7: 1)= ¿Acaso ignoráis, hermanos, (Pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que este vive?

(2) Porque la mujer casada, (Que desde la perspectiva de la unción profética siempre es la iglesia) está sujeta por la ley al marido (Que es Cristo) mientras éste vive; (Cuando aún no pasó por la cruz) pero si el marido muere, (Como sucedió) ella queda libre de la ley del marido.

(3) Así que si en vida del marido se uniere a otro varón, (A otra ley) habéis muerto a la ley (Fuimos crucificados conjuntamente con Él) mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios.

¡Y pensar que hemos marginado a nivel de ciudadanos de segunda categoría a tantos y tantos divorciados por causa de este texto! Lo que se señala aquí es que por la ley que simbólicamente contrajimos matrimonio con nuestra naturaleza carnal, murió Jesús. Pensar y actuar como si todavía estuviese viva, es una mentira del diablo que por muchos años muchos de nosotros hemos creído y hasta transformado en doctrina.

Debido a nuestra relación con el primer Adán, estábamos casados con el pecado y la ley. Pero por medio de nuestra muerte con Cristo en la cruz, hemos sido liberados de nuestro “matrimonio” con el pecado y la muerte. Ahora, entonces, estamos libres de “contraer matrimonio con otro”. Hemos sido liberados de esa ley; no tenemos que volver a ese malvado cónyuge porque la ley murió con Cristo en la cruz. Tenemos un nuevo cónyuge: el Señor Jesús.

Por eso, al final de esta era, Jesús no contraerá matrimonio con el Israel apóstata e incrédulo. Cristo murió, y por eso es libre de su relación de pacto con la ley y con Israel; ahora la iglesia es su esposa. Pablo llama al nuevo pueblo del pacto, “El Israel de Dios”.

(Gálatas 6: 15-16)= Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación. Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos y al Israel de Dios.

El Israel de Dios es el elegido, no por el nacimiento físico, como en el Antiguo Pacto, sino por el nuevo nacimiento en Cristo Jesús. El pueblo del Israel de Dios llega sin importar su color, o su origen étnico, solamente basado en una relación personal con Jesucristo: algo que bajo el Antiguo Pacto, Israel no podía hacer. Hay dos uniones posibles. Una, podemos estar unidos a nuestra naturaleza carnal y a la ley. El fruto de esa unión, son las obras de la ley.

(Gálatas 5: 16)= Digo, pues: andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.

(17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí. Para que no hagáis lo que quisiereis.

(18) Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.

(19) Y manifiestas son las obras de la carne, que son: Adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, (20) idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, (21) envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas: acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

Ese es, – desde el ángulo de la tipología -, el matrimonio bajo la ley. La segunda unión posible es el matrimonio con Cristo. El Israel de Dios está unido en matrimonio al Cristo resucitado, y el resultado de esa unión es el fruto del Espíritu.

(22) Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe (23) mansedumbre, templanza, contra tales cosas, no hay ley.

Ojo: no producimos automáticamente el fruto del Espíritu. El cristianismo, aún en contra de lo que muchos predican, no es una religión que trata de hacer las cosas “lo mejor posible” ni tampoco un mero acto de asistir a una iglesia evangélica. El cristianismo es un estilo de vida que, por significarle incomprensible al mundo ateo, sienta testimonio. Porque ninguno de nosotros ha llegado a Cristo por haber hecho el bien primero. Son muchas las personas que creen que tienen que arreglar sus cosas antes de venir a Dios. “- ¡Oh, sí! ¡A mí me interesaría mucho ir a su iglesia, pero así como estoy no puedo, no quedaría bien! Primero tengo que dejar la bebida. Quedaría muy mal que un borracho entre a la iglesia.-“ Suena muy bien intencionado esto, pero hay un problema. Jesús dijo en Lucas 5:31-32: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. Esto significa que Jesús llama a todos aquellos que pueden reconocer que tienen que venir a Él primero, antes de sanar sus adicciones o pecados.

Entonces, después de nuestro matrimonio con Cristo, él obra en nosotros arreglando los detalles de nuestras vidas. Pero lo más importante, que es en lo que debemos concentrarnos, es en nuestra unión con Cristo; es decir, nuestra relación con Él. Produciremos el fruto de esa unión en la medida que desarrollemos esa relación. Que una pareja contraiga matrimonio, no es suficiente para que inmediatamente tenga un fruto llamado: Hijos. Para que eso ocurra, tiene que haber una relación íntima. Ah, y para que esa relación sea posible, es menester que haya pasión. Nadie que tenga una relación íntima con Cristo puede hablar de sus cosas de manera impersonal, fría, indiferente, técnica, catedrática le diría. Sólo de ese modo seremos cada vez más como nuestro cónyuge divino. Claro que lamentablemente, lo mismo exactamente se aplica a la persona que está unida a la ley y a la naturaleza carnal. Porque esa persona habrá de producir, también y cada vez más, el fruto de la carne. Mire lo que dice Juan:

(Juan 15: 1)= Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.

(Verso 4)= permaneced en mí, y yo en vosotros; como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

(5) Yo soy la vid, vosotros los pámpanos, el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí, nada podéis hacer.

Queda claro: nuestro Padre celestial es el labrador, Jesús la viña, y nosotros, la iglesia, somos los pámpanos. La savia o fuente de vida, es el Espíritu Santo. Cuando el pámpano permanece en la viña. ¿Acaso sale la viña y dice: ¡Vamos muchachos! ¡Tenemos que producir fruto hoy! ¡Hagamos correr la savia con fuerza y formemos un buen retoño! ¿Así es?

No. La vida fluye en los pámpanos simplemente porque están conectados a la viña. No es cuestión de esforzarse, es asunto de estar unidos. Al estar injertados en Jesús, la vid verdadera, producimos su vida. Cuando su vida fluye en nosotros, produce vida en nosotros, y en esa vida, la obediencia es natural.

Las personas le tienen temor a las relaciones basadas en la unión y no en la ley. “- Bueno, Señor, nos apartaremos y haremos lo que queramos –“ No. No lo harán. Si una persona está unida al Espíritu Santo, jamás podrá ser llevada al pecado.

(Santiago 1: 13)= Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; (Obvio: nuestra meta siempre debería ser que las personas estén unidas a Cristo)

Pablo escribió a Timoteo que la meta, el objetivo de su relación de tutor y discípulo, y específicamente de la carta que estaba escribiendo, era El amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida. Es que Pablo buscaba construir en Timoteo una relación de amor basada, no en reglas (Las cosas exteriores que podemos ver) sino en asuntos del corazón; algo que el ojo desnudo no puede ver y que la ley no puede controlar ni tocar. Si estamos en unión con Cristo y somos guiados por el Espíritu, si el gobierno es correcto, Dios nos llevará a obedecer esta regla. Pero nuestra relación correcta con Dios no depende de que sigamos o no esa regla. A la mayoría de las personas esto les resulta incómodo. Es confiar demasiado en Dios y no en lo que nosotros podemos hacer por nosotros mismos. Pero así es como Dios lo desea. Es todo de Dios y nada de mí.

Pero si estamos unidos a la ley, entonces abrimos la puerta para que entre la hechicería en nuestra vida, la que se manifiesta por medio de la manipulación, la dominación y la intimidación. Tratamos de hacer que las personas hagan cosas que deberían hacer – de manera natural y espontánea -, de una íntima relación. En el hogar, quizás los padres sean estrictos y no tengan misericordia para con sus hijos. En el trabajo, quizás una persona legalista haga todo “según las normas”, sin rastros de compasión o sentimientos.

En la iglesia, la persona legalista se molesta por cuestiones insignificantes, y así distrae a la iglesia de su misión. Las personas con un espíritu de Jezabel o Lucifer, aman el legalismo, porque representa la oportunidad de destacar las fallas en la estructura de la autoridad de la iglesia. Siempre habrá que desconfiar de las personas que viven señalando las fallas de los demás, porque se sabe que esas fallas quizás tengan que ver con los asuntos en los que ellos mismos están luchando en sus vidas. Ejemplo: los divorciados, que son verdaderos ciudadanos de cuarta categoría en la iglesia. Y cuidado: no hablo de los que se han divorciado estando dentro del evangelio, sino de los que vivieron ese tremendo drama antes de conocer a Cristo. ¿Sabe usted cuál es el fruto del legalismo? Muerte. Por eso, producir fruto, es cuestión de unión, no de un esfuerzo, por mejor intencionado que sea. Hay varios resultados que se ven en las vidas de personas que han sido liberadas de la ley. Primero que nada, la liberación de la ley produce liberación de la condenación.

(Romanos 8: 1)= Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.

(2) Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Esto quiere decir que el Espíritu que nos da vida nos libera de la ley que causa la muerte. Más adelante, en ese mismo capítulo, Pablo formula la pregunta crucial.

(Verso 33)= ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.

(34) ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; mas aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.

Dado que es Dios quien nos justifica en Cristo Jesús, nadie puede levantar un reclamo honesto para condenarnos. Cuando estamos en Cristo Jesús, nuestro expediente está limpio.

En segundo término: estamos libres para amar. El legalismo produce el resultado opuesto al del amor. El legalismo se vuelve egoísta. Critica y juzga todo. Pero Pablo escribe: No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros. Porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Así lo dice en Romanos 8:13. Ahora: si nos amamos pero guardamos las reglas, no hemos cumplido nada más que con nuestra carne.

Los primeros cuatro mandamientos se refieren a nuestra relación con Dios. Los últimos seis, (Honra a tu padre y a tu madre, No cometerás adulterio, No matarás, No hurtarás, No darás falso testimonio, No codiciarás), pueden resumirse en uno solo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Cuando a Jesús le preguntaron cuál era el más grande mandamiento, respondió con dos:

(Mateo 22: 37)= Jesús le dijo: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.

(Verso 39)= Y el segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Primero amamos a Dios, y estamos en unión con Cristo a través del Espíritu Santo. El resultado de esta unión es amor por el prójimo. Estos dos mandamientos resumen el espíritu de la ley del Antiguo Testamento.

Cuando una persona anda en amor, la ley no es necesaria. Si yo amo a alguien, no le voy a robar, ni le voy a hacer daño, ni le voy a mentir. Las leyes son para el que las quebranta, para el delincuente, no para el justo. Por eso, cuando obro en amor, no necesito la ley. Las personas que obran según la ley descubren que su capacidad para amar es limitada. Pero cuando funcionamos en la dirección opuesta al legalismo, entonces somos libres para amar.

Cuando estamos atados a la ley, la naturaleza pecaminosa produce todo, menos buenos frutos. Odio, celos, egoísmo, divisiones, lascivia, adulterio. Cuando estamos atados por la ley, la primera respuesta ante las acciones de otras personas es buscar cuál ley en particular ha sido violada por esas personas.

Cuando estamos unidos a la fuente del amor, llevamos el fruto del Espíritu. Juan dice que “Dios es amor”. El carácter de Dios está representado en el fruto del Espíritu. Cuando Pablo, en Gálatas 5, hace la lista del fruto del Espíritu, comienza en el amor. Es más. Del escudriñar atentamente la Escritura, surge gramaticalmente que el fruto del Espíritu ES amor y, tal como si fuera una naranja, tiene ocho gajos sin tener el factor primario, el amor, que como todos sabemos, es la palabra ÁGAPE en este texto, y que como ya se ha enseñado aquí, su traducción literal es CARÁCTER. De Dios, naturalmente.

El tercer beneficio de ser liberados de la ley es la libertad para ser guiados por el Espíritu Santo. Pablo, en Gálatas 5:18, dice: Pero si sois guiados por el Espíritu no estáis bajo la ley. El hecho de que no estemos bajo la ley no significa que automáticamente somos guiados por el Espíritu, pero sí tenemos la libertad de ser guiados por el Espíritu. Este versículo nos dice que no podemos ser guiados por el Espíritu y está bajo la ley al mismo tiempo. Así que si deseamos ser guiados por el Espíritu tenemos que salir del dominio de la ley. Si tenemos dificultades para sentir la presencia y la dirección del Espíritu Santo, quizás signifique que aún estamos funcionando bajo la ley.

¿Acaso aun siendo creyentes, no hemos dicho muchas veces: “Puedo hacer esto yo solo; lo voy a hacer sin ayuda de nadie”, sin darnos cuenta que estamos contristando al Espíritu Santo al hacerlo a un lado? Tratamos de mejorar, pero tratamos de hacerlo utilizando la carne. “Sí señor; voy a ser mejor persona desde hoy mismito…” “Está bien; hasta aquí llegamos, jamás voy a volver a hacer eso. No voy a volver a jugar por dinero, lo prometo. No voy a volver a beber alcohol, lo juro.” Inútil. El fracaso equivale a frustración. La frustración va acompañada por la decepción y la decepción es una parienta muy cercana de la incredulidad. “A Dios ya no le importo, si es que alguna vez le importé, y si es que existe y todo esto no es más que una farsa. ¿Cómo puede ser que, si realmente hay un Dios, no pueda ser capaz de ayudarme a vencer en esto si Él sabe que yo quería dejar ese vicio?” Error. Ahora, como usted fracasó y no puede asumir su error, elige culparlo. ¿Sabe usted cuánta gente se va al infierno por propia decisión, pero echándole la culpa a Dios?

¿Cuántas cosas de la carne, que no son pecado, lo sujetan a usted y lo atan impidiéndole dedicarle el tiempo que usted quiere dedicarle al estudio de la Palabra, a la oración o a una íntima comunión con su Padre celestial? Son tantas las piedras de tropiezo. Se habla y no se habla bien de la televisión con respecto a esto y, efectivamente, en muchos casos es así. Pero no todo se limita a la televisión. Para algunas personas puede ser los amigos que tienen o los lugares adonde van. Es diferente para casa uno. La clave es escuchar al Espíritu Santo. Él no quiere destruirme. Cuando el Espíritu habla, su voz es dulce y suave. Somos llevados a la relación correcta con Dios, no por medio de reglas, sino por medio de la dirección del Espíritu Santo.

Charles Finney decía que la forma de medir el éxito del líder, del ministro, o del pastor, si vamos a tomarnos de nuestras organizaciones humanas más abundantes, es la medida que permite participar al Espíritu Santo en su ministerio. Cuando Jesús entró al río Jordán para ser bautizado, Juan el Bautista dijo:

(Juan 1: 29)= El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: he aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Luego de su bautismo, los cielos se abrieron y el Espíritu Santo en forma de paloma, se colocó sobre la cabeza de Jesús. El Espíritu Santo descansó sobre el Cordero de Dios. Ahora bien, una paloma es un ave pequeña y cuidadosa; es muy limpia y elige bien el lugar en el que va a posarse. El Espíritu Santo es así también. No UNA paloma; es COMO una paloma, no se engañe. No se posará sobre nosotros si nota que hay ira, contienda o algo que lo asuste. El Espíritu Santo eligió descansar sobre el Cordero de Dios, el Señor Jesús, como elegirá descansar sobre todo aquel creyente cuya vida esté llena de Cristo.

El carácter del Cordero tenía tres facetas: pureza, mansedumbre y una vida entregada en sacrificio. Si usted desea que el Espíritu Santo le guíe en poder, tendrá que pedirle que le dé la cualidad y el carácter del Cordero para que pueda descansar en usted y guiarlo.

Entonces, dado que el legalismo está basado en el control, lo opuesto del legalismo, es la libertad. Pablo, en Gálatas 5:1 dice: Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres.

Cuando salimos del legalismo, estamos libres de condenación, somos libres para amar y para ser guiados por el Espíritu Santo. Debemos cultivar la sensibilidad ante el Espíritu Santo para que él pueda cambiar nuestros esfuerzos basados en nosotros mismos por una vida que produce amor, una vida dirigida por el Espíritu.

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enero 1, 2015 Néstor Martínez