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La Moral ¿Es una Utopía Antigua?

 La obscenidad es lo que está relacionado con una palabra, acción o cosa que es contraria al pudor y, por lo tanto, es considerada indecente. En nuestro siglo materialista, no sólo abunda, sino que parece ir desarrollándose cada vez más. El creyente encuentra en la obscenidad uno de los peores enemigos de su vida cristiana. Es un enemigo que está en la calle, en los enormes cartelones de publicidad, o en las modas que nos muestran las redes o la televisión. Un enemigo que está en tu lugar de trabajo o de estudio, agazapado tras la conversación de tus amigos, las bromas de tus compañeros y hasta en los mensajes de WS que te envían. Un enemigo que está en tu hogar, filtrándose por todas las vertientes posibles y metiéndose sin permiso en tu casa. Obsceno es algo que ofende al pudor. Lo llamamos espíritu de Inmundicia.

La obscenidad en todas sus facetas, que son centenares que se inventan a diario, es una infección que penetra todas las esferas de la acción humana para pervertir, extraviar, excitar y perturbar la vida del hombre. Por lo general, la obscenidad tiene que ver con una distorsión enfermiza de algo que Dios ha creado como bueno, y que es santo, en la medida en que responda al propósito original de Dios: la sexualidad. Porque, -debo recordarte- la sexualidad jamás será algo sucio como han pretendido mostrarla, por una sencilla y simple razón: fue creada por Dios. Claro que, con motivos muy importantes, la posibilidad de procreación de la especie, pero también como forma de deleite íntimo de la pareja humana.

En la alienada sociedad moderna se ha tomado a la sexualidad, elemento fundamental de la personalidad humana, como pivote para la explotación comercial del hombre. Alguien observó con agudeza que: …hay personas que quieren conservar nuestro instinto sexual inflamado a fin de sacarnos dinero. Porque evidentemente un hombre con una obsesión es un hombre que tiene poca resistencia a la compra. No obstante, la obscenidad no es meramente un producto de una sociedad materialista y secular, sino que es el resultado de un resquebrajamiento de los más elementales lineamientos morales de la vida individual.

La Biblia declara que el hombre es pecador, es un ser en rebeldía en contra de su Creador, distanciado de Él desde las raíces mismas de su ser, a causa de su incredulidad. Está de espaldas a Dios, que es luz, y piensa en su extravío, que, sumergido en su propia sombra, puede hablar y actuar como le venga en ganas, pues Dios no lo ve. En su locura, se comporta como los niños que creen que, tapándose con una manta, sus actos incorrectos no serán vistos y sus palabras indebidas no serán oídas. Juan en su evangelio lo expresa así: (Juan 3:19-20) Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo aborrece la luz y no tiene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.

De modo que la obscenidad es un pecado personal y social, y es en estas dos esferas donde puede expresarse de tres maneras diferentes: palabras obscenas, acciones obscenas y cosas obscenas. Veamos cada uno de estos aspectos. El Lenguaje. Es posible que ésta sea la forma más vulgar y popular de la obscenidad. Las palabras “sucias”, los chistes subidos de tono, los relatos o cuentos picantes, son parte del repertorio de ese lenguaje tan frecuente de nuestros días. Casi es imposible presenciar una serie de televisión, una película o una obra de teatro sin que los actores utilicen un repertorio increíble de obscenidades en sus parlamentos. Los programas televisivos, que se supone están destinados a la familia, explotan el doble sentido y el humor de tono subido para provocar con ello la risa y el aplauso del público.

Los niños vuelven del colegio con muchos o pocos conocimientos del idioma español, pero con un glosario bien aprendido de los neologismos recientemente enseñados en la escuela de la obscenidad. Pero éste no debe ser el diagnóstico del lenguaje de un cristiano. En Efesios 5:4 Pablo dice que en el creyente no debe haber ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. En Colosenses 3:8, dice: Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. Los creyentes a quienes Pablo escribe vivían en un mundo plagado de inmoralidad. El apóstol no les pide que renuncien a un sano sentido del humor, ni al ingenio, ni a la alegría. El reproche de Pablo se dirige contra la frivolidad, la liviandad que no toma en serio al pecado, la grosería que deshonra el lenguaje humano y que es inadmisible entre los creyentes genuinos. El lenguaje es sagrado. Es el instrumento que Dios nos ha dado para transmitir ideas, sentimientos, anhelos y esperanzas. Por eso, la palabra expresa lo que está dentro del hombre y, al hacerlo, ofrece un cuadro claro y preciso de su carácter.

Jesús fue certero cuando dijo: De la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Más yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado. (Mateo 12: 34-37) Y esto es así, porque las palabras proceden del corazón del hombre, de la verdad que hay o no en su interior: Porque lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. (Mateo 15:18) El lenguaje refleja lo que es el hombre. Un vocabulario obsceno señala a un individuo obsceno.

El lenguaje sucio debe ser erradicado ya que refleja una corrupción del pensamiento. Si la mente se goza en la inmundicia, la lengua lo revelará. Si bien para muchos lo normal es hablar en forma obscena y conversar siempre con un doble sentido, el creyente debe hacer un concienzudo esfuerzo para mantener la pureza de su lenguaje. Una actitud coherente y persistente de rechazo de toda expresión vulgar, unida a la resistencia en participar de toda conversación rara, fortalecerá el testimonio del creyente y será bendecida por Dios. El creyente debe responder en obediencia y humildad a la clara amonestación bíblica: Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (Efesios 4:29)

Ahora bien: ¿cómo puede vencerse este hábito que es evidencia de una falta de mejor vocabulario, de una carencia de respeto a los demás y de desdén para con Dios? ¿Qué podemos hacer frente a este problema como individuos y qué podemos hacer para ayudar a otros? El lenguaje obsceno no puede cortarse como se corta el paso del agua cerrando la llave o el grifo. Para combatir con éxito este pecado personal y social, es necesario ir a la fuente del mismo. Jesús señaló esa fuente: Lo que sale de la boca, del corazón sale. Si el corazón es malo, las palabras serán malas. Si el corazón es puro, las palabras serán puras. Por eso, nuestra primera actitud debe ser acercarnos a Dios para pedirle: Examíname oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. (Salmo 139:23-24)

Entonces sí podremos también decir: Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío. (Salmo 19:14) La segunda forma de obscenidad se refiere a las actitudes y a las acciones de los individuos, que son opuestas a lo que es decente y decoroso, aunque estas palabras suenen a Edad Media. Fundamentalmente, este tipo de indecencia está asociado con la moda en el vestir y las costumbres en el actuar. El foco sobre el que se polariza este pecado es el cuerpo, su expresión es la desnudez, su motivación es el sexo y su mecanismo es el sentido estético. Detrás de los que se pasean desnudos por las calles en señal de protesta, de los espectáculos de strip-tease y de la moda verdad, se oculta una enfermiza distorsión de la sexualidad, del sentido estético y del valor del cuerpo humano.

La vergüenza se ha perdido, el pudor no se conoce, y la desnudez se ha puesto de moda, de manera que la ropa está de más. Esto es uno de los signos de nuestro tiempo muy maduro, mentalizado y evolucionado, pero sumido en un bajo nivel moral. A partir de Freud, el autoanálisis ha sido una práctica corriente en nuestra cultura. Esta pasión por el descubrimiento personal ha pasado por dos fases: la primera, descortezar la mente; la segunda, desnudar el cuerpo. El primer método fue algo así como quitarle las capas a una cebolla. No obstante, no se encontró al verdadero yo en el fondo, y todavía hay millones que siguen luchando para descubrir su propia identidad. La desnudez del alma no ha cambiado los problemas humanos ni mitigado sus necesidades fundamentales. Pero las cosas no han resultado mejor con la desnudez del cuerpo. Lo que se supone que el descortezado de las capas de la experiencia hace con la mente, se espera que el despojo de las ropas haga con el cuerpo.

Así, se arguye que, para ser auténtico y uno mismo, hay que eliminar todas las represiones y tabúes: primero las morales y luego las que tienen que ver con el vestido. Esta, se dice, es la única manera de romper por completo con todas las inhibiciones. Desde otro punto de vista, también se ha sostenido que esta moda del desnudo no es más que la búsqueda por descubrir la pureza original del hombre que vivió desnudo y sin avergonzarse en el Jardín del Edén. Es cierto que el hombre estaba desnudo y que, en esa condición, salió de las manos del Creador. Pero ese mismo hombre pecó, se rebeló contra Dios y no aceptó su amor. La “imagen y semejanza” con que fue creado se resquebrajó y distorsionó. De este modo, el hombre perdió su inocencia y fue arrojado del Edén.

La puerta del mismo quedó vedada por un ángel con una espada encendida, y el único camino que puede llevar al hombre pecador a recuperar su inocencia frustrada y su Paraíso perdido es Cristo y lo que Él hizo en la cruz. El nudismo de hoy no es más que un esfuerzo humano por reconquistar el Jardín del Edén sin pasar por el Calvario. Es el deseo egoísta e inútil de obtener el Paraíso sin sufrir la cruz; es el cambio de la desnudez por la sangre redentora. Pero, así como el auto conocimiento no es suficiente para dar significado y propósito a la vida, de igual modo esa fiebre por la exhibición corporal característica de nuestra cultura es insuficiente para liberar verdaderamente al hombre.

Esto nos lleva a preguntarnos por lo que está detrás de esta tendencia. Con frecuencia sucede que uno quiere lograr algo bueno con métodos malos. El hijo pródigo no cometió ningún pecado en tener hambre, pero sí en desear la basura que comían los cerdos. Así, también cabe preguntar: ¿Qué hay detrás del afán de desnudez? Para responder a esta pregunta es necesario formular otras dos: la primera, ¿Qué es la desnudez?; y la segunda, ¿Por qué el desnudo se ha apoderado del cine, la televisión, internet, el teatro, la moda y las costumbres?  Respondemos a la primera pregunta diciendo que la desnudez es la profanación del misterio que debe proteger la santidad de la sexualidad. La sexualidad misma es un misterio que debe ser respetado, y lo es porque en ella se encierran dos elementos básicos: uno físico o biológico, y el otro espiritual y personal.

El más importante es el segundo, y lo llamamos Amor. El primer elemento es general, el segundo es personal. Las relaciones sexuales son reemplazables y pueden ser indiscriminadas, pero el amor es único y demanda participación mutua, diálogo. Lo físico y biológico es fácil de explicar, representar o ilustrar, pero ¿Cómo describir o develar el misterio del amor? Cuando lo físico se separa de lo espiritual, y lo biológico y funcional se impone sobre el amor y lo trascendental, entonces se profana el misterio de la sexualidad. Esto se expresa por la desnudez, que nos preguntamos si no será la exposición morbosa del animal que hay en el hombre, excluyendo todo lo que es de valor en su sexualidad. Al desaparecer el amor, lo sexual deja de ser algo privado, personal e íntimo para transformarse en espectáculo obsceno y degradante. Una cosa es la alabanza maravillosa que el Cantar de los Cantares hace del cuerpo de su amada, y otra muy distinta son los pensamientos del que está sentado en la primera fila viendo desnudarse a una o a un stripper.

Una cosa es desnudarse delante del cónyuge a quien se ama, y otra es pasearse por la vía pública cubriendo el torso sólo con una blusa transparente. Lo primero es sano, limpio y santo; lo segundo es enfermizo. Esto que acabamos de expresar, responde a la segunda pregunta. El auge de la desnudez en todas las formas de espectáculos públicos, en los medios masivos de comunicación y en la moda, es el resultado del disloque moral que vivimos. El hombre quiere liberarse y para hacerlo no encuentra nada más acertado que seguir colocándose grillos en las muñecas y los tobillos, y continuar rodeando su cuerpo de pesadas cadenas. Jesús no dijo que la moda verdad nos haría libres, sino que “la verdad os hará libres”. Entonces vale preguntarse: ¿Qué verdad? ¿La verdad de nuestro cuerpo desnudo? No. La verdad del corazón de Dios desnudado en la historia para nuestra salvación en Cristo Jesús. La verdad de su propósito eterno para nuestra vida aquí y en la eternidad. La verdad acerca de nosotros mismos como criaturas suyas. Esta es la verdad desnuda que debemos conocer.

Por otro lado, el exhibicionismo de hoy es el resultado del desplazamiento de Dios de la escena humana y la entronización del sexo como medida de todas las cosas. Un teólogo de nuestros días, ha señalado recientemente que “hace falta una protesta no precisamente en contra de la sexualidad, sino contra el culto de la sexualidad”. La escala de valores se ha movido y Dios ha perdido el primer lugar que le corresponde. Cuando “se va Dios, vienen diocesillos”, como Dostoiewsky le hace decir a uno de sus personajes. Entonces se deifican las cosas, los aspectos parciales del mundo, y el hombre se somete a los objetos, diciendo: “Tú eres mi Dios”. En este siglo, el sexo encabeza la lista de preferencias de los idólatras que han despojado al Dios verdadero de su trono en el corazón humano. El culto al sexo cuenta con millones de adeptos que adoran en todos los shows; que alimentan su pasión religiosa con la literatura obscena, las publicaciones pornográficas, los programas de televisión afines; y que practican sus convicciones con cuanto mecanismo haya para rebajar lo que Dios creó como “bueno en gran manera”.

A menudo se ha argüido, para justificar la desnudez, que todo lo que se cubre o encubre es vergonzoso, resulta más tentador, y es hipócrita. Pero, ¿No lo es más para la mente que para ningún otro aspecto de nuestro ser? ¿No son más bien nuestras motivaciones las que están enfermas? El problema no está en el cuerpo, sino en la mente. Pablo es sincero en confesar su confusión como consecuencia del pecado: (Romanos 7:18-19) El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Esta confusión enfermiza encuentra su origen en el Edén, donde en forma irracional el hombre se sintió avergonzado delante de Dios porque estaba desnudo. La mente del hombre está pervertida por el pecado y necesita ser regenerada. Pero el camino de este cambio mental no es la actitud simplista de tirar todas las normas y principios morales por la borda.

La Biblia muestra otro camino: (Romanos 12: 2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. El creyente tiene, como dice 1 Corintios 2:16, la mente de Cristo, y no necesita exhibirse desnudo para sentirse liberado, realizado y autoidentificado. El cristiano fiel es alguien que ha respondido afirmativamente al desafío divino manifestado en Efesios 4:22-24. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.

Si alguna desnudez nos va a ayudar para encontrarnos en nuestro yo auténtico, no será precisamente la desnudez obscena que tanto se publicita hoy. Por el contrario, es otro tipo de desnudez la que nos hace falta: la desnudez de nuestra alma delante de Dios. Sólo los hombres y las mujeres que se desnudan delante de Dios alcanzan la cumbre de la victoria personal. David tuvo que ser despojado de la ilusión de que estaba interesado en la justicia social, cuando en realidad lo que lo conturbaba era que se había apoderado de la mujer de su prójimo con maldad. Los que tomaron las piedras para arrojarlas a la mujer adúltera en presencia de Jesús, fueron desnudados de su falsa virtud cuando el Señor comenzó a escribir en la arena los pecados de cada uno de ellos, incluido el adulterio.

El hijo pródigo quedó tan desnudo en su miseria, que el padre tuvo que vestirlo nuevamente cuando regresó al hogar. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios. (Joel 2: 13) Media hora de desnudez del alma ferviente en oración al Señor hacen más por la paz del espíritu que todas las películas, espectáculos y obras teatrales que explotan la desnudez en forma obscena. Todo aquel que cae de rodillas para examinar su conciencia está preservando un misterio. Sabe que su conciencia y sus pecados no deben ser revelados a nadie más que a Dios. Y cuando así lo hace, tiene la certeza de que esa desnudez de su alma pronto será vestida con el manto del amor maravilloso de su Señor. David desnudó su alma cuando Natán le dijo la verdad acerca de su pecado con Betsabé y su crimen contra Uria. Pero así encontró perdón y paz. El pródigo se desnudó de su orgullo y egoísmo para recibir “el mejor vestido” de manos de su padre. ¿Qué tipo de desnudez prefieres? ¿La obscena o la santa, la del cuerpo o la del alma?

Hablemos ahora de pornografía: La pornografía en este tiempo, incluye todos los medios posibles y disponibles y penetra en los hogares por todos los canales aptos, y siempre con la posibilidad de mantenerse en secreto. Si esto no es ni malo ni pecaminoso, me pregunto el porqué de ese secreto. La variedad y cantidad de material pornográfico es astronómica y casi imposible de inventariar. ¿Por qué esta inundación de inmundicia obscena? Simplemente, porque en el mundo hay tres tipos de personas bien características: las que están dispuestas a producir y distribuir la inmundicia, las que están dispuestas a comprarlas y las que están dispuestas a tolerar tanto lo uno como lo otro o, al menos, se mantienen al margen. Los primeros están motivados por un gran incentivo: el lucro. La pornografía es un buen negocio de nuestro siglo. En los Estados Unidos, el gobierno estima que el negocio de la pornografía deja de ganancia entre seiscientos y ochocientos millones de dólares por año, pero es posible que el lucro sea mucho mayor.

Los segundos están estimulados por la curiosidad y el deseo de recibir una información que les es negada en el hogar. Este sería el caso de los adolescentes y jóvenes. Pero muchos adultos frustrados sexualmente se alimentan de pornografía para estimularse eróticamente y experimentar placer sexual. Los terceros son tan responsables como los otros dos grupos, pues por su indiferencia permiten que esta avalancha continúe. Si se hiciera una encuesta, el noventa y cinco por ciento de las personas se opondría a la producción de material pornográfico, pero si este material se produce, el noventa y cinco por ciento de las personas se detendría a mirarlos. De modo que la pornografía no existiría si la gente no la produjera, no la comprara y no la tolerara. Es posible que todo esto no ocurriera si se tomara plena conciencia del peligro que la pornografía encierra. La idea básica que está detrás de materiales pornográficos es que el sexo es algo barato, biológico y funcional y que las personas no son de más valor que los animales.

Además, la pornografía implica una degradación del ser humano como persona, pues supone el uso de un semejante para un fin egoísta de placer, rebajándolo al nivel de un objeto. Este es hoy el concepto de muchos que consideran a la mujer como una “muñequita” al servicio sexual del hombre. Tal es la filosofía de todas las publicaciones de ese rubro. En base a este concepto, la relación sexual es sólo contacto sexual y no relación humana. Los cuerpos participan del acto en forma mecánica, pero las personalidades y los corazones están al margen de la experiencia. Hace ya bastante tiempo que la esclavitud, como el uso egoísta de otra persona para obtener trabajo barato, fue abolida como acto inmoral. ¿Por qué no condenar de igual modo la pornografía, que lleva a la prostitución, que es una forma de explotación tanto o más vergonzosa que la esclavitud?

En tercer lugar, la pornografía inculca en sus víctimas un concepto pobre y mezquino de la vida en general. No es extraño que el adicto a este tipo de materiales llegue a la violencia, el delito o el crimen, cegado por el barro en que se ha metido. Poco a poco, la obscenidad va contribuyendo al cultivo de una personalidad enfermiza, que estimula la violencia y la perversión sexual. Mantiene la mente ocupada con malos pensamientos restando efectividad al estudio, el trabajo y la vida como un todo. Crea fantasías de carácter neurótico alentando expectativas de grandes satisfacciones sexuales, que están lejos de la realidad, y que llevan al desengaño, la frustración y la inadaptación matrimonial. Por otro lado, los materiales obscenos son un vicio.

El individuo que frecuenta este tipo de obscenidades, pronto llega a sentir un deseo por ellas que se parece en mucho al deseo que tiene el alcohólico por el licor, el fumador por el tabaco y el drogadicto por el narcótico. La víctima de la pornografía siempre está buscando materiales que lo estimulen. Los conocedores de este problema advierten que muchos viven encandilados por lo pornográfico y que, poco a poco van progresando hasta las formas más viles. En muchos casos, los jóvenes llegan a convertirse en pervertidos sexuales al vender y distribuir estos materiales o al servir como modelos para fotografías obscenas. Por supuesto, todo lo dicho es suficiente para comprender la absoluta oposición que existe entre la pornografía y la vida cristiana victoriosa. La plenitud espiritual no puede darse jamás en la vida de alguien que en lugar de alimentarse de la dulzura de la Palabra de Dios, bebe el agua estancada y fétida de la pornografía.

Un hombre o una mujer que tiene su mente ocupada por lo licencioso, nunca puede tener la “mente de Cristo”. Un corazón excitado por la pasión enfermiza de lo erótico, jamás puede acoger al Salvador.  Un cuerpo estropeado por la promiscuidad y las pasiones desordenadas, no puede ser “templo del Espíritu Santo”. Así pues, la pornografía está reñida, desde todo punto de vista, con el estilo de vida que Cristo desea que vivamos. Ahora bien, ¿Qué podemos hacer, como cristianos, para detener esta inundación de inmundicia? Primero, tener una opinión y una posición bien definida en cuanto a la pornografía. Debemos ser conscientes de sus peligros y amenaza.

No seamos cómplices del delito moral que pretendemos condenar. Los padres deben tener cuidado con lo que entra en el hogar. Pero más importante todavía, es educar sexualmente a sus hijos en una forma sana de modo que no se sientan impulsados a buscar la información que desean en fuentes pervertidas e inmorales. Tercero, una forma positiva de combatir la pornografía es consumir material de edificación. No hablo de libros religiosos, hablo de material con bases morales acordes al diseño divino. Esto ayudará a un mejor desarrollo intelectual y espiritual, y promoverá la integración de una personalidad sana y feliz.

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agosto 28, 2024 Néstor Martínez