¿Nunca te ocurrió que de pronto llega alguien con más experiencia, conocimiento y jerarquía que tú, y te larga en el rostro que, si de verdad eres creyente, tienes que tener sí o sí el poder de Dios manifestado en tu vida y en todo lo que hagas en y con ella? Es bastante frecuente, porque ese argumento suele estar en los bosquejos de la mayor parte de los predicadores que andan por la vida llevando pujanza, aliento y buenos deseos para todos los hombres y mujeres que los escuchan. ¿Y cómo reaccionamos mayoritariamente? Con decepción, porque nos sentimos enormemente lejos de ese requerimiento. Una vez más, si leyéramos la Palabra de Dios con entendimiento y no para cumplir con una fórmula, tendríamos la llave que abre esa puerta.
Te lo sintetizo lo más que pueda. Lucas dice, en el principio de lo que escribe, que el ángel que anunció a María su increíble futuro, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Listo; Jesús fue engendrado por el Espíritu Santo y por ese motivo fue llamado Hijo de Dios. Ese fue el Primer paso. Pero es notorio que con eso no fue suficiente. Más adelante Lucas nos cuenta que: Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.
Ese fue el Segundo paso. Aunque a muchos creyentes fieles y sinceros esto les puede haber parecido decididamente innecesario, el caso es que Jesús, además de ser engendrado, en este episodio de su vida también es lleno del Espíritu Santo. Que vendría a ser un equivalente a ser Sumergido en esa presencia divina. ¿Ahora sí? ¿Ya estaba todo bien? No. Faltaba un Tercer paso que Lucas relata así: Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo. O sea que no había terminado de secarse la ropa mojada del agua del Jordán, cuando el mismo Espíritu Santo se lo llevó al desierto, donde lo esperaba la gran prueba de su vida. Y te reitero esto que no siempre se ha enseñado o aprendido bien: Al desierto de esa tremenda prueba, a Jesús lo llevó el Espíritu de Dios, no Satanás, como muchos gustan de creer.
Cuarenta días estuvo allí, padeciendo todas (¡Sí, todas!) las tentaciones máximas que un ser humano, en su alma y en su carne puede vivir. No me preguntes como pudo ser posible eso en un sitio así porque no sé darte una respuesta sólida, pero lo cierto es que evidentemente fue así porque así quedó escrito: Tentado EN TODO. Y cuando hubo pasado esa prueba, Lucas lo describe así: Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos. Lo que aquí no se consigna con claridad, pero con el transcurso del relato quedará implícito, es que fue en este momento donde Jesús de Nazaret comenzó su ministerio en la tierra. Será de aquí en adelante donde se sucederán las señales, milagros y maravillas que él ejecutó en su vida.
Hasta aquí sé que estamos de acuerdo en todo lo relatado que lo vivido por él, pero la gran pregunta que nos queda implícita, es: ¿Qué tiene que ver esto con nuestra falta de poder divino? Tiene que ver en grado sumo, porque la llave que abre la puerta a ese poder, está en esta parte de la historia que cuenta Lucas. Primero, Jesús es engendrado por el Espíritu, al igual que lo fuiste tú cuando aceptaste a Cristo como tu Salvador y lo convertiste en Señor de tu existencia. Eso te llevó a regenerarte y nacer de nuevo. Luego Él fue llenado por el mismo Espíritu, tal como puedes serlo tú, cuando eres obediente. Jesús lo fue, aunque no necesitaba esa llenura, pero tú sí que la necesitas sí o sí. Luego, si eres dócil, aunque espiritualmente te sientas por las nubes, igualmente vas a aceptar ser llevado al desierto de tu propia prueba personal, donde también serás tentado y confrontado por la oscuridad y la tiniebla.
Y, finalmente, cuando hayas salido victorioso de esas tremendas pruebas que Dios ha permitido para tu entrenamiento, volverás a tu vida normal, pero con una gran diferencia al tiempo anterior, porque lo harás en el poder del Espíritu. De hecho, deberás tener cuidado y prudencia, porque nadie va a pedirte que sufras exprofeso como paso obligatorio para adquirir poder. No, de ninguna manera A eso lo hacen los brujos y los satanistas, pero nunca jamás nosotros. Tú simplemente vas a dar gracias, todos los días de tu vida, por todo lo que Dios permita que suceda en ella, con la certeza plena que, cuando todo eso no muy agradable termine, la victoria sobre todo lo que se te cruce será una realidad digna de ser vivida. Esa es la llave, la gran llave que abre la gran puerta. Y tú ya sabes que Puerta, en la Biblia, siempre es Autoridad.
