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Las Cosas Viejas Pasaron

 

 

 (Jeremías 15: 19) =  Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos.
Yo no sé cuántas veces habrás leído tú este verso. Quizás muchas, y tal vez también lo hayas utilizado a modo de advertencia o consejo bien intencionado para con los más nuevos e inexpertos. De pronto alguien que iba a reunirse en ambientes complejos o contaminados, y tu sugerencia fue esta: que ellos se conviertan a lo que tú crees y no tú a lo que ellos piensan y practican. Muy bueno todo, pero… ¿Te has puesto a pensar, alguna vez y con cierta precisión, qué cosa es en realidad convertirse?
En principio, creo que convertirse a Jesucristo significa en primera medida, un cambio radical de comportamiento hacia Dios y hacia el prójimo. Eso, como la más clara evidencia de ser un verdadero creyente, un definitivo hijo del Dios Altísimo. Y que como consecuencia, ese comportamiento distinto vendrá a ser el resultado de un cambio de mentalidad y esencialmente de actitud frente al pecado en cualquiera de sus expresiones. Al recibir a Cristo y aceptarlo de manera genuina como Señor Y Salvador de nuestras vidas, Él nos regala un corazón nuevo, siempre dispuesto a seguirlo y a dejar para siempre de pecar.
Porque seguir a Cristo es, de modo automático, renunciar al mundo, que es como lisa y llanamente decir: renunciar al sistema con el cual se conduce el mundo secular. ¿Puedes resistir esa presión, esa tentación de hacerlo “a la manera de ellos” y no como debes hacerlo? Es cierto que no todo lo que contiene el sistema mundano es pecado, pero en una gran proporción lo es, y tú lo sabes. El caso es que no puedes decir que estás con Dios y seguir pecando. El pecado va en contra de Dios, dado que Dios es santo y, al seguirlo a Él, nos demanda también santidad, entendiendo que la santidad es separarnos para Dios. Eso es una conversión genuina. Mira lo que Juan le aconsejaba a los creyentes de su época:
(1 Juan 2: 15) = No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
(16) Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
(17) Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
En suma: convertirse es arrepentirse y dejar de pecar. Y arrepentirse, permíteme que te lo recuerde, no es pasar al frente en el templo, postrarse, llorar, lamentarse, gemir, aullar, desgarrarse de dolor. Eso, en todo caso, es remordimiento, culpa, dolor de haber pecado, pero no arrepentimiento. Arrepentirse es pensar, decidir y ejecutar: no lo vuelvo a hacer nunca más. Eso es arrepentirse. Retornar al lugar más alto en el que espiritualmente hayas estado. Y luego comenzar un comportamiento que respalde de manera visible esa decisión. ¿Y como se va a evidenciar ese comportamiento? Hay cinco formas muy preciosas y específicas, mira:
En primer lugar, guardando la Palabra de Dios, porque es de la única manera que podemos demostrar nuestro amor y sometimiento a Él. Jesús dijo, según lo rescata Juan 14:15: Si me amáis, guardad mis mandamientos. Entonces tú dices: ¡Ah! ¿Está hablando de aquellos diez? Probablemente, pero te informo que luego Jesús nos dejó cerca de cien mandamientos más. Lee los cuatro evangelios y los encontrarás.
En segundo espacio, con el amor hacia nuestros semejantes, porque el principal y mejor indicio de nuestra actitud hacia Dios, es nuestra actitud hacia nuestro prójimo, que como tú ya sabes, es todo aquel que hace misericordia con nosotros, no cualquiera que te lo exige, no es así. Servir es un privilegio, pero no debemos esperar nada a cambio por eso. Nadie está obligado a reconocernos nuestro servicio, es Dios quien paga todo eso con su infinita Justicia. Recuerda lo que dice Eclesiastés 12:14: Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.
En tercer término, reflejando el carácter de Cristo, que como la palabra griega que lo define lo consigna, es su sello, la impresión de su ser en nosotros. Vivir con integridad y honestidad, expresadas en todas las áreas de nuestra vida, tales como relaciones, trabajo, familia, etc., porque es a esto a lo que nos debe llevar el arrepentimiento genuino. No engañar, no mentir, no querer sacar ventaja de nada ni de nadie.
En la cuarta ubicación, el desapego al dinero o las cosas materiales. El dinero siempre es importante. De hecho, cuando falta, trae consecuencias que a veces son graves. Sin embargo, es nuestra actitud hacia el dinero la que tiene que ser clara. El dinero tiene que ser nuestro siervo, pero jamás nuestro amo. El joven rico fue despedido por Jesús por no estar dispuesto a perder su dinero. Esto no significa que Dios esté en contra del dinero, sino de nuestra actitud para con él. Un corazón verdaderamente arrepentido, sabe vivir bien con lo que tiene y, si tiene que despojarse de todo, lo hará gustoso, porque sabe que su provisión viene de Dios y que Dios no lo desamparará jamás.
Y finalmente, en quinta y última posición, compartiendo el mensaje de salvación a los perdidos, porque además ese es un mandato de Dios. Jesucristo lo dijo antes de ir al Padre, en Marcos 16: 15: Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
Todo creyente verdadero convertido a Cristo, debe reflejar fielmente estos cinco aspectos en su vida, porque ellos son el fruto del arrepentimiento, pues habiendo sido liberados del pecado por el sacrificio de Jesús nos hicimos siervos de Dios, cuyo fruto es la santificación y cuyo fin es la vida eterna. Y a esto no lo inventé yo, está escrito desde siempre en Romanos 6:22: Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.
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septiembre 5, 2020 Néstor Martínez