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La Excelsa Calidad de lo que Eres

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     Alguna  vez publiqué un trabajo en el que hacía una especial diferencia entre la calidad de Siervo, Amigo e Hijo, con relación al Señor. Aquí quiero, hoy, sin perder la esencia de aquello, ahondar en el significado concreto de esta palabra que tanto se utiliza dentro de nuestros ambientes cristianos. ¿Qué cosa es un Siervo? No es una sola cosa, como se supone, sino varias, a saber: Siervo es la persona que está sirviendo a Dios, que arriesga su vida continuamente, que ha hipotecado su vida y la de su propia familia y tanto él como su esposa e hijos, están obligados a ser buen ejemplo, que debe poseer un gran sentido del sacrificio y gran nivel espiritual, más que el reto del pueblo. ¡Ay! De aquel siervo que es menos espiritual que el pueblo, no obstante la maravillosa libertad que otorga el evangelio, el ministerio esencialmente es una esclavitud sin concesión, cuyo peso lo siente todo el hogar.

     El siervo es aquel que está puesto para espiritualizar la iglesia, para manejar crisis ajenas, para alentar, para predicar, exhortar, consolar, aconsejar, visitar, solucionar, sufrir y soportar toda clase de padecimientos, ayunar, llorar, desvelarse y sacrificarse si es menester hasta el heroísmo. Y eso puede avalarse con jerarquías dadas por los hombres, o no; a Dios lo tiene sin cuidado esa burocracia administrativa.  El siervo, también, es aquel que debe vivir inspirado y quebrantado, es aquel que tiene que estar con los pies sobre la tierra, es decir realista, a la vez que volando en las alas del espíritu, hasta ubicarse en otra dimensión.

     Siervo es aquel que debe vivir en culto divino las 24 horas del día, todo los años de su existencia, dado al llanto como a la risa, mostrar siempre a pesar de las cambiantes circunstancias, el amor, el gozo, la esperanza. Siervo, además, es aquel del que todos esperan siempre mucho y al que difícilmente perdonan sus errores o frustraciones, al que generalmente lo confunden con Dios, exigiéndole perfección. Siervo es aquel que está obligado a andar con la frente alta aunque por dentro se sienta vacío o desanimado.

     Ser verdadero siervo de Dios, es ser un artista, poseedor de todas las virtudes creativas posibles, pues debe crear luz en la oscuridad, felicidad en los infiernos personales, santidad en la podredumbre, caminos firmes en el mar, sol en las noches, esperanza en las desilusiones, fe en la brutalidad, sanidad perfecta en la lacerante enfermedad. Siervo es aquel que se para en medio de la mortandad del tiempo, para gritarle a la muerte, llamarla, desafiarla y sacar de su imperio a los agónicos que ama.

     Siervo es aquel que se atreve a entrar donde nadie entra, excepto el diablo, que vive mirando al infierno de las vidas y sintiéndose Cristo mismo, que transporta sobre sus propios hombros, la inmensa carga del pecado ajeno. Ser siervo es ser la mano de Dios, es aquel que estalla cuando pasa un día sin haber oído la voz del cielo o producido para el mundo del mañana. Siervo es aquel que se sorprende cuando está pensando en sí mismo, ya que todos sus pensamientos han sido dado a los demás, es aquel que ha dicho: Señor úsame o llévame.

     Siervo es aquel que vive rodeado de multitudes y que luego encerrado en su cuarto pregunta: Señor ¿Por qué la soledad?  Siervo es el que vive en el santísimo, aunque esté en el santo, en el atrio o en el patio de los gentiles, que lleva cual el sacerdote antiguo en sus manos la sangre del cordero, temblando día y noche, agitado, sintiendo, segundo tras segundo, la carrera loca de su propia sangre, apremiado por la responsabilidad.
     Siervo es aquel que es tentado y no debe caer, que es tentado y no quiere caer, que ha decidido dejar de vivir, para vivir la vida de Cristo, en el más perfecto renunciamiento, incomprendido por amigos y enemigos, a veces comprendido, insatisfecho, que siempre quiere más y más de Dios, insaciable, al que llaman loco por la visión que tiene, pero que avanza contra todas las tempestades juntas, que no le teme a nada, excepto a Dios, empecinado en sacarle una flor a la arena, agua a una roca y vida a la muerte.

     Siervo es aquel que en su insomnio, teje planes, habla con el cielo, es visitado por los ángeles, y que se sienta a esperar desvelado la mañana que nunca llega, es aquel que piensa que los días son demasiado cortos y que la semana debería ser más larga. Siervo es aquel que se sabe y se siente un conquistador, se cree que todo lo que pisare la planta de su pie, ha de ser suyo, y que cree que el imperio de Dios, el terrible universo es de él. Siervo es aquel que tiene arrojo, que piensa menos y obra más, que descubrió que el pensamiento está en la Biblia y solo lo pone en funcionamiento, que se sabe herramienta y no cerebro. Siervo es aquel que valora las almas y que se siente deudor y responsable del destino de los cinco mil millones de seres humanos del planeta.

     Siervo es aquel que al final del día, no se acuesta, sino que se desploma de su lecho, es el ignorante o el sabio, el inocente y el astuto, el exaltado y el humillado, el rico y el pobre, el que está obligado a ser recto y justo a pesar de todo, el que se anima ante la injusticia y se dobla ante la verdad, el que se levanta primero y se acuesta último, que sabe ser esclavo ante el esclavo y libre ante el libre, que posee la versatilidad del camaleón, que puede agradar a todos o a nadie, el que blande certeramente la espada del espíritu, que dirige que guía, el hombre confiable que refleja por su piel la confiabilidad de Cristo, el que manda con seguridad porque sabe persuadir, que acepta sus errores, pero se preocupa por no tenerlos, que siente sobre si, tanto a Moisés, como Abraham, a Elías o a Eliseo, a David, a Salomón, a Pablo, a Pedro o a Juan, el que debe admirar por su enseñanzas y persona, obligado a saber y conocer, porque es maestro y siervo, que sabe ser siervo porque vive y no porque le dicen siervo. Siervo es aquel que depende de Dios, el emanuel con minúscula, que une, que divide, anima, apacigua, mata y resucita.

     Ser siervo, en suma, es aquel que abre puertas, fabrica otros siervos, da oportunidad, que prefiere a la hermandad a cualquier otra cosa, que es defensor de la doctrina apostólica, que es insobornable, que trabaja contra el reloj, que espera a Jesucristo para irse con Él, en fin: ser siervo es ser todo y es ser nada. De hecho, todo este resumen hermoso y casi perfecto, en algunos casos, coincide de pleno con gente que conoces y con las que en algunos casos trabajas. Pero que en otros, no tiene nada que ver con gente que está en eminencia y exige sujeciones u obediencias irrestrictas. Porque hay un detalle que nadie habrá tenido en cuenta, pero que también está en nuestras Biblias: el Siervo no hereda, el que hereda es el Hijo. ¿Tú, qué quieres ser?

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enero 25, 2019 Néstor Martínez