Estudios » Blog

Gobernadores

Hoy quiero dejarte una reflexión distinta de lo que normalmente enseñamos. ¿Cuántos saben que el Espíritu Santo no tiene metodología alguna a la hora de darte algo? Es una parte de algo espiritual, que justamente los que dicen ser espirituales, han abandonado en curiosa mayoría. La mayor parte de nuestra gente se ha quedado embelesada en el ruido, en la celebración, en los gritos de júbilo y también en algo de ignorancia con respecto a lo que verdaderamente la rodea. Algunas estadísticas nos van a ubicar en el tiempo presente como gente madura y seria, y no como loquitos místicos. Vivimos, en medio de una generación vacía y sin moral, que produce toneladas de desastres ecológicos, orfandades de todos los calibres y pobreza. Mucha pobreza. Vergonzosa, deleznable y humillante pobreza.

Millones de niños son impulsados al dolor por causa de padres que sólo persiguen su propia comodidad, mientras dejan de lado o sencillamente olvidan sus mínimas responsabilidades. Millones de mujeres claman por tener derecho sobre sus cuerpos, mientras expulsan de ellos sin ruborizarse vidas inocentes. Esto último sin conocer, obviamente, las implicancias que eso tiene a corto, mediano o largo plazo tanto en su propia vida física, como en la emocional y esencialmente en la espiritual. Millares de programas televisivos denominados “debates públicos”, sólo toman verdades y leyes absolutas y exponen al mundo las que son sus opiniones personales o sectoriales, produciendo un poder eminentemente egocéntrico, que convierte todo esto en legendarias puertas de un Hades adherido a un espíritu humanista.

Una generación definitivamente confundida que, como aquella de Sodoma y Gomorra, no conoce su verdadera identidad. El resultado está a la vista y es de dominio público aunque resulte casi anticuado y falto de diplomacia mencionarlo: hombres que no saben si son mujeres, mujeres que no saben si son hombres, y un gran grupo intermedio que se propaga rápidamente, en medio de una gran indecisión entre los dos conceptos, declarando un nuevo estilo de vida alternativo. Por si esto no fuera suficiente, el sesenta o setenta por ciento de los matrimonios, (Al menos en Argentina, mi país, que es lo que conozco mejor); cuando se producen, son concretados sin la bendición de Dios. Cuidado; no estoy hablando de ceremonias, templos, ni ropa de gala; hablo de bendición divina, genuina, por pacto mutuo. Y eso, cuando se casan, porque una enorme mayoría opta por la convivencia en pareja sin documentación alguna, como evidencia de un adelanto de las costumbres. ¿Es realmente así? ¿No esconde eso otras cosas? ¿Se debe tomar esto como libertad o como terror al compromiso? ¿Libertad o escapismo a las responsabilidades? No interesa, es el modernismo, es lo que se usa y nadie lo discute. Y el que lo hace, mencionando el diseño de Dios, queda como cavernícola o algo peor.

Un sistema educativo que abandona la moral y los principios básicos de cualquier sociedad más o menos organizada, más la validez del conocimiento, para inducir entendimiento al llamado “sexo sano”, que no es otra cosa que aconsejar que: “Si lo vas a hacer, hazlo bien, para que no caigas en responsabilidades mayores”. Un estilo de vida desleal que rebaja estandartes para conseguir una apariencia hipócrita que no tiene sustancia: humanismo. El resultado no vale la pena describirlo para no caer en derrotismos innecesarios. Adicciones, muertes, degradación, promiscuidad. Creo que todo esto bien vale un desafío puntual a todos los que dicen o decimos ser creyentes. Un desafío como la iglesia que somos, es verdad, pero también de modo individual, familiar, directo y personal.

La gran pregunta es si verdaderamente estamos en condiciones de aceptarlo. No por cobardía o temor al fracaso, sino por considerar con responsabilidad si realmente tenemos las armas morales para hablar de moral. Creo que debemos hacer algo. Lo primero, aprender a pensar en lugar de permitir que otros piensen por nosotros. Eso, que tan profusamente ocurre en todas las latitudes, tiene un nombre genérico e internacional, se llama Mediocridad. Y los hijos de Dios no somos ni podemos ser mediocres. Después, encarar todo con sobriedad, que no tiene nada que ver con acartonamientos ni solemnidades caducas. Aquel rey llamado Salomón, que no terminó su vida siendo precisamente un virtuoso, sin embargo, pudo escribir en su etapa de fidelidad e inspiración, un proverbio que dice que Cuando los justos dominan, (Aumentan, Abundan), el pueblo se alegra; más cuando domina (o Gobierna) el impío, el pueblo gime. Creo que pretender explicarte esto, sería una ofensa a tu entendimiento, discernimiento e inteligencia. Es muy claro.

Más allá de toda ideología o politiquería terrenal, Dios te dice que cree que el justo puede gobernar. Entonces nos cabe pensar que tiene que haber una posibilidad, una manera, una forma, una vertiente que haga factible que los justos tengan esa autoridad. Porque si realmente fuera imposible, Dios no les hubiera hecho escribir eso. Dios no malgasta palabras. Obvio que, si me dejas pensar en voz alta, te digo que tengo una profunda certeza que la solución no pasa por afiliarte a ideologías o a grupos políticos ya existentes. Tampoco crear fuerzas nuevas, pero indefectiblemente adheridas al sistema perverso actual. Eso sería como colocar una fruta sana en una caja llena de frutas…no tan sanas, ¿Se entiende? Ya vimos esto. ¿Y entonces? Clamar para que cada justo en la tierra donde Dios lo hizo nacer, tenga la luz suficiente para ver la salida, la solución sin pasar por ninguno de los dos caminos aborrecidos: el de los impíos y el de los religiosos. Como dice la Palabra, ni a derecha ni a izquierda. En Cristo. Nada menos. Tengo certeza que, de un modo u otro, estamos destinados a ser en algún momento, una iglesia gubernamental.

PD: A esta última frase, la enseñé por primera vez, hace ya treinta años…. Nadie me creyó. ¿Y hoy?

Comentarios o consultas a tiempodevictoria@yahoo.com.ar

septiembre 8, 2023 Néstor Martínez